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La revolución cultural es la causa de los pueblos en nuestros días. No hay revolución posible en el mundo de hoy sin una transformación profunda de la cultura. La revolución es inadmisible sin un motivo cultural insurgente de la vida social. La cultura es, como quizás nunca lo fue, el lugar simbólico privilegiado donde las luchas sociales depositan toda liberación sobre la humanidad. La revolución es y debe ser cultural.
¿Acaso significan estos argumentos una posición burguesa moralista, humanista o filosófica de la revolución? ¿Acaso representan estas afirmaciones una inversión de las causas sobre las cuales descansa el sistema de dominación capitalista? Definitivamente todo lo contrario. La revolución debe ser cultural porque la revolución es contrahegemónica.
El capitalismo no sólo interviene en la dominación de clase desde el terreno económico sino también por medio de sus aparatos culturales al servicio de la ideología dominante. La formidable capacidad del sistema capitalista mundial para intervenir en las sociedades desde el terreno cultural imprime a la lucha de clases mayores complejidades. La emancipación económica de las clases explotadas frente a la burguesía, la oligarquía y el imperialismo, se halla íntimamente ligada a una emancipación cultural de las clases populares que no se reduce a su rivalidad contra los patrones culturales impuestos desde afuera, desde un sistema de poder ajeno a las masas, sino que involucra una lucha íntima hacia las formas aceptadas e instaladas de sometimiento cultural.
La cultura hegemónica capitalista, traducida en prácticas ideológicas bajo las cuales los hombres se “representan” la realidad de manera ilusoria, conducen al objetivo soberano del capitalismo: reproducir las relaciones de explotación. Para asumir plenamente su misión histórica, las clases explotadas deben renunciar a toda ilusión ideológica. La clase obrera y las masas populares que la acompañan no pueden conquistar su libertad y autonomía más que a condición de liberarse de la ideología dominante, que le ha sido infundida como única representación de la realidad.
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