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ensar en África, para la mayoría de los occidentales, es todavía pensar en grandes problemas: hambre, pandemias, subdesarrollo, conflictos, desplazados o carencia de democracia y de respeto a los derechos humanos son temas que vienen de inmediato a la mente.
Muchas de esas lacras históricas del continente siguen existiendo, y probablemente persistirán durante muchos años, porque no se borran de un plumazo las consecuencias del colonialismo, la mala gestión de los nuevos estados independientes, el intercambio desigual o el desprecio por el clima y la preservación del medio ambiente.
Pero en África no solo hay problemas, sino también oportunidades y alternativas para hacerles frente y, así, poder alcanzar metas indispensables para mejorar la vida de sus ciudadanos.
Lo he podido constatar en la Conferencia de Think Tanks Africanos celebrada en Marrakech y organizada por la Universidad de Pensilvania, el OCP-Policy Center de Marruecos y la Comisión Económica para África de la ONU.
Lo que está claro es que existe un extraordinario pensamiento africano organizado en forma de centros de reflexión capaz de generar propuestas para cada uno de los países del continente, para el conjunto del mismo y para el ámbito global, sin cuya transformación sería imposible afrontar los problemas regionales y locales.
Lamentablemente, se trata de un pensamiento muy poco visible en los medios de comunicación de los países desarrollados, aunque la ventaja hoy en día reside en la existencia de Internet y las redes sociales, que amplían extraordinariamente su capacidad de dirigirse a audiencias globales sin necesidad de grandes inversiones económicas.
Lo importante, desde la UE, es no equivocarse con África: sus problemas son también los nuestros y la alternativa a los mismos no puede ser dictada, sino pensada en común.
Sería bueno que los centros de pensamiento occidentales fueran capaces de ver África como un interlocutor de propuestas en pie de igualdad, y no solo como un receptor de ayuda al desarrollo -que sigue siendo imprescindible y debe recuperar sus niveles anteriores a la crisis económica lo antes posible-.
La calidad de la elaboración africana partiendo de su propia realidad es sencillamente impresionante, y abarca todos los terrenos a niveles muy elevados, se trate de la política, la economía, la sociedad o las relaciones internacionales.
Esa necesidad de ver a África como un igual ha sido entendida perfectamente por las Naciones Unidas al pasar de los Objetivos de Desarrollo del Milenio a los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030 (SDG), de forma que en la consecución de estos últimos todos los países -del Norte o del Sur- estén implicados plenamente.
La Unión Africana ha adoptado a su vez la Agenda 2063, que coincide con los 17 SDG y se centra en la eliminación de la pobreza, el desarrollo para todos y la lucha contra el cambio climático.
¿Será suficiente promover un Área de Libre Comercio Africana para que las Agendas 2063 y 2030 se hagan realidad en el continente? Sin duda, sería un instrumento positivo si se afronta de forma equilibrada, pero ni mucho menos no puede ser el único.
Lo importante, desde la UE, es no equivocarse con África: sus problemas son también los nuestros y la alternativa a los mismos no puede ser dictada, sino pensada en común. En eso estamos.
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Muchas de esas lacras históricas del continente siguen existiendo, y probablemente persistirán durante muchos años, porque no se borran de un plumazo las consecuencias del colonialismo, la mala gestión de los nuevos estados independientes, el intercambio desigual o el desprecio por el clima y la preservación del medio ambiente.
Pero en África no solo hay problemas, sino también oportunidades y alternativas para hacerles frente y, así, poder alcanzar metas indispensables para mejorar la vida de sus ciudadanos.
Lo he podido constatar en la Conferencia de Think Tanks Africanos celebrada en Marrakech y organizada por la Universidad de Pensilvania, el OCP-Policy Center de Marruecos y la Comisión Económica para África de la ONU.
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