¿Cuáles son las distintas formas que, según Maquiavelo, existen para conservar el poder? Explicando cada una.
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Los libros viajan, atraviesan ciudades, naciones y continentes, pero también circulan por la Historia. Algunos, como el Hamlet de William Shakespeare, como El banquete de Platón, como El matadero, de Esteban Echeverría, permanecen abiertos y suspendidos a la vista de generaciones y generaciones: siguen dialogando, interpelando, poniendo en cuestión las preguntas más básicas, seguramente incontestables, que se reformula siempre la cultura.
El príncipe, de Nicolás Maquiavelo, cumple en estos días nada más y nada menos que 500 años, lapso que no hizo envejecer a uno de los más influyentes libros del arte de la política de todos los tiempos. Pero el texto de este florentino nacido en 1469 no cumple cinco siglos de existencia solamente, también cumple cinco siglos de lecturas, de referencias, de deslumbramiento, un periplo a través del tiempo y de la Historia. Con su número de mañana, Revista Ñ regala un ejemplar de El príncipe, en una edición que viene acompañada de varios artículos que analizan su significado y su vigencia.
Criticado duramente por su relativismo moral , El príncipe no es un mero tratado de política. Algunos interpretaron su pragmatismo extremo como un signo del Estado moderno. Así, el libro de Maquiavelo –escritor y filósofo pero también diplomático y funcionario perseguido, encarcelado y torturado– es un volumen en el que puede leerse la concepción del poder de las últimas centurias. Los malentendidos que el texto ha generado a través de los siglos y de la enorme cantidad de lecturas eruditas son analizados en Ñ por Ivana Costa, traductora de una flamante versión de El príncipe. Otro traductor de la obra, Antonio Tursi –profesor de Filosofía y Políticas Medievales y Renacentistas de la UBA– explica en su columna en Ñ que la figura de Maquiavelo “ha oscilado entre el santurrón y el mismísimo demonio”, pero que sin embargo su obra fundamental ha dejado “tres lecciones todavía políticamente relevantes”: lo que algunos han llamado la “ política de la apariencia ”, el cálculo político y una tercera lección que incumbe a quienes deben actuar en política: los jóvenes.
Por su parte el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, se pregunta en las páginas de RevistaÑ si Maquiavelo “ha querido que se lo acepte como alguien que arroja saberes o juega con una risa secreta a que se congelen irónicamente las paradojas que escribe. Quizás sólo aspira a crear una tensión insoportable en quien lo lee”.
La historia de la escritura y la publicación del texto de 500 años parece otro complejo tratado sobre las artes políticas y no ahorra ninguna de las tensiones que supone la trama del poder. La cárcel, la persecución y las acusaciones de conspiración contra los Medici, la familia más poderosa e influyente de la Florencia del Renacimiento, se convirtieron en las dramáticas contingencias que atravesó Nicolás Maquiavelo, quien murió antes de ver su libro publicado.
La escritura de El príncipe apareció fuera de todo plan mientras su autor escribía una obra ambiciosa: los Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Todo hace suponer que la urgencia que interrumpió su proyecto se impuso y terminó por plasmarse en una escritura vertiginosa que le demandó pocos meses.
Maquiavelo confiaba en que con El príncipe volvería a conseguir el favor de los Medici –su libro parecía hablar secretamente a los integrantes de esa familia de banqueros en una Italia completamente dividida– y que ese amparo político lo pondría a salvo de las intrigas de pontífices y reyes. Nada de eso ocurrió: el libro permaneció inédito hasta 1532, cinco años después de la muerte de Maquiavelo, que falleció sin saber que había lanzado al espacio una verdadera maquinaria cultural que hoy, a 500 años del inicio de su viaje, goza de una sorprendente contemporaneidad.