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Una crisis por el hambre y pobreza
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Uno de los mitos que se han transmitido con mayor frecuencia en la literatura económica que ha intentado explicar la Depresión económica en la Europa continental a principios de siglo XX ha sido el de que la elevada inflación en Alemania fue la que creó un desastre tal en su economía que determinó la victoria de Hitler y el establecimiento del nazismo por la vía democrática. Se dice y repite constantemente (y erróneamente) que la población alemana tiene un miedo patológico a la inflación, pues recuerdan que fue ésta (es decir, la elevada inflación) la que trajo a Hitler. Incluso la Sra. Merkel ha citado esta teoría para justificar las políticas de austeridad que hoy está imponiendo al resto de la Eurozona.
Pues bien, los datos (fácilmente accesibles) no apoyan tal teoría. Los que crearon la Gran Depresión en Alemania y en el resto de Europa fueron los recortes de gasto público y la reducción de los salarios que la República de Weimar aplicó para reducir el déficit y la deuda públicos. Estos recortes generaron un crecimiento del desempleo, un grave problema de demanda y la caída en picado de la economía en la Gran Depresión.
En un interesante artículo que ha escrito Fabian Lindner comparando lo que está ocurriendo en Grecia con lo que ocurrió en Alemania durante la Gran Depresión (“Greece is like Germany’s Weimar Republic”. Social Policy Journal), el autor señala cómo Alemania, estancada en el valor de su moneda (fijada al patrón oro) y con una enorme deuda con EEUU (resultado de haber perdido la II Guerra Mundial y haber tenido que pedir prestado el capital para su reconstrucción), recortó su gasto público creando la Gran Depresión, perdiendo el 15% de su PIB (Grecia ha perdido el 20% de su PIB).
Tal depresión fue la causa de la victoria electoral de Hitler que siguió una política keynesiana (de libro de texto) para salir de la depresión. El gasto público se disparó en preparación de la II Guerra Mundial, cosa que también hizo el Presidente Roosevelt en EEUU. Tal industrialización fue financiada por los bancos alemanes Deutsche Bank, Commerzbank y Dresdner Bank, que fueron nacionalizados.
A Grecia, sin embargo, el gobierno alemán no le permite que tal expansión del gasto público continúe, insistiendo en las políticas de austeridad que llevaron a Alemania al desastre. El crecimiento del fascismo en Grecia está siguiendo una dinámica casi idéntica. Y no sólo en Grecia. Lo estamos viendo en Francia, en Alemania, en Gran Bretaña, y también en Portugal, Italia y España, así como en gran número de países del Este de Europa. El fascismo está ya gobernando en Hungría y está adquiriendo gran poder en Polonia.
El gran analista del surgimiento del nazismo alemán y fascismo europeo fue Karl Polanyi en su libro La Gran Transformación, el análisis más certero del contexto político de la Gran Depresión. El hartazgo de la población hacia las instituciones representativas que eran incapaces de resolver el enorme sufrimiento creado a raíz de las políticas públicas realizadas por el Estado, hizo surgir la hostilidad hacia tales instituciones, identificando a todos los partidos políticos como pertenecientes a una clase opresora incapaz de responder a las necesidades populares. Había un componente lógico y racional en este rechazo.
Ahora bien, donde aparecía el nazismo y el fascismo era en su postura profundamente hostil a la democracia, creyendo que la solución era una solución “apolítica” de carácter autoritario y tecnocrático, capaz de imponer soluciones impopulares que se consideraban necesarias para salir de la crisis. La narrativa del Partido Popular y de las voces conservadoras y liberales en España, se parece y tiene ribetes de este apoliticismo. Es el gobierno (que se presenta apolítico) que justifica su derecho a gobernar por su “sentido patriótico” (como dice el Presidente Rajoy, “hago lo que debo hacer”), conocedor de su verdad, sin atisbo de responsabilidad a la ciudadanía y al electorado.
La alternativa democrática no es la antipolítica expresada en aquella frase de que “todos los políticos son iguales”, sino que es la política que desea democratizar a la sociedad, expandiendo el significado de democracia, exigiendo participación por parte de la ciudadanía en la gobernanza del país, con un cambio revolucionario de las instituciones democráticas. Sin esta democratización, las dos alternativas que se están configurando en Europa hoy son, o bien el tecnocratismo “apolítico” como fue el gobierno Monti en Italia, o un gobierno autoritario de ultraderecha, cuya máxima expresión se da en Hungría. El famoso dicho de “socialismo o barbarie” debería modificarse para redefinirse como “democracia o barbarie”. En ausencia de una alternativa democrática, estamos yendo hoy a un desastre con un enorme sufrimiento por parte de las clases populares, que se realiza para gloria de las elites financieras y económicas gobernantes.
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