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Respuesta:
Un problema real en algunas familias es la falta de amor entre los hermanos.
El problema tiene muchas raíces y se produce por motivos distintos. En algunos casos, es debido a errores de los padres en la educación de sus hijos. En otros, a un problema surgido entre los mismos hermanos en un momento puntual de su desarrollo infantil o juvenil. En otros, a conflictos que aparecen ya en la edad adulta: peleas por la herencia, puntos de vista opuestos respecto a la religión o la política, disconformidad por el piso o el trabajo escogido por el otro, etc.
Cada situación merecería ser tratada de un modo específico. Quisiéramos ahora hacer una breve reflexión sobre la necesidad de suscitar, cuidar y acrecentar el amor entre los hermanos.
Lo primero es suscitar o promover. Un grave error en la vida familiar es suponer que por vivir en la misma casa y tener la misma sangre surgirá de modo espontáneo el afecto y cariño entre los hermanos. La realidad es que el amor se construye día a día, a base de educación, de renuncia al propio egoísmo, de apertura al otro, por medio de un trato que vaya más allá de los saludos habituales entre quienes viven bajo el mismo techo.
Los padres tienen una responsabilidad enorme en esta tarea. Desde que los niños son pequeños, buscan darles lo mejor y lograr que cada uno se sienta igual de amado que los otros. Este esfuerzo es un primer paso muy importante, pero hay que ir más allá: hay que conseguir que cada hijo aprecie, respete y ame a sus hermanos.
Desde el amor, los padres pueden ayudar mucho a que entre los hijos se promueva un clima de respeto. Es lícito que cada uno tenga su pequeño espacio de autonomía (donde las dimensiones de la casa lo permitan...). Pero es más importante educar a cada hijo a no encerrarse en su pequeño mundo y a abrirse a sus hermanos con el mismo cariño, o incluso superior, con el que se abren y tratan con sus amigos de escuela o de barrio.