Buscá 3 ejemplos en tu vida cotidiana de evidencias de reacciones químicas. Por ejemplo: el desprendimiento de luz y calor al encender un fósforo, me indica que se produce una reacción química de combustión u oxidación
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Cuando realizas algo tan simple y cotidiano como es encender una cerilla, probablemente lo último que te ronde la cabeza sea qué está sucediendo realmente al rascar el mixto con el lado ‘rugoso’ de la cajetilla. Sin embargo, hay mucha química en este simple, pero útil, palillo.
21 de enero de 2016
Los fósforos de fricción a los que estamos acostumbrados tienen su origen a comienzos del siglo XIX; siendo los primeros ideados por el famoso químico inglés John Walker en 1826. Su idea consistió en una mezcla de clorato de potasio, sulfuro de antimonio (III), goma y almidón, que se encendió cuando lo frotó contra el papel de lija. Sin embargo, estas cerillas eran poco fiables puesto que muchas veces no se encendían como se pretendía.
En 1830, Charles Sauria, un químico francés, inventó la primera cerilla basada en fósforo, sustituyendo el sulfuro de antimonio que había empleado Walker por fósforo blanco. Con esto consiguió que fueran mucho más fácil de encender, pero daban más problemas, puesto que la toxicidad del fósforo blanco era muy elevada. Pese a este grave inconveniente, siguieron fabricándolas varias décadas más, hasta que los efectos nocivos se mostraron como irrefutables. La exposición a largo plazo al fósforo blanco de los fabricantes de ese tipo de cerillas les llevó a padecer la fosfonecrosis, una enfermedad que producía un fuerte dolor de muelas e inflamación de las encías y, con el tiempo, el hueso de la mandíbula podía comenzar a mostrar un absceso. Y en peldaños más graves, hasta daños cerebrales importantes. Dada que un gran porcentaje de trabajadores de esta industria comenzaron a sufrir las consecuencias de la toxicidad del fósforo blanco, este quedo prohibido en 1906.
Antes de que se prohibieran, ya se habían buscado alternativas para prender las cerillas. En 1845, Anton Schrötter von Kristelli descubrió que exponiendo a elevadas temperaturas el fósforo blanco, se transformaba en fósforo rojo. Este elemento no es tóxico, por lo que lograron crear cerrillas sin toxicidad empleando el fósforo rojo en vez del fósforo blanco.
Entonces, ¿cómo se consigue hoy en día que las cerillas se enciendan adecuadamente? Para ello, el fósforo rojo no se encuentra en la cabeza de la cerilla, sino que está en la superficie rugosa de la caja, mezclada con una sustancia abrasiva como el vidrio en polvo. Lo que hay en la cabeza de la cerilla es un agente oxidante, comúnmente el clorato de potasio y pegamento para enlazar con otros materiales abrasivos y compuestos aditivos, como el sulfuro de antimonio (III), añadido a la cabeza de la cerilla para que arda con más intensidad.
Cuando se somete el fósforo a la pared de la cajetilla, una pequeña cantidad de fósforo rojo de la superficie se transforma en fósforo blanco, que se enciende. Como consecuencia, el clorato de potasio prende con lo que la cabeza de la cerilla acaba albergando una vigorosa llama. Para que esta llama no se descontrole, en el palillo de la cerilla hay fosfato monoamónico, un compuesto químico que se encuentra también en algunos extintores de incendios, y que evita el descontrol del fuego. También pueden tener parafina, un elemento combustible que se emplea, por ejemplo, en las velas de cera
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