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Sin duda el problema más grave que el ser humano afronta en su existencia es la muerte. Vivimos convencidos de este final inevitable.
Nos resistimos a morir y empleamos todos los medios a nuestro alcance para retardarlo, así sea por breve tiempo.
Por otra parte, para todos es un dato común la experiencia de nuestra conciencia de límite. No somos más de lo que sentimos en el ámbito de nuestro propio yo. Nuestro alcance no va más allá de nuestras estrechas posibilidades, también limitadas por la transitoria temporalidad.
En este horizonte frágil y fugaz, nuestra propia autosuficiencia es sencillamente incapaz de ir más allá del límite que experimentamos.
No nos es posible traspasar el límite de lo que es caduco. Pero frente a este problema humano que nos lleva a una muerte definitiva, nos sale al encuentro el ser Absoluto de Dios como acto creador continuo. Dios nos crea personalmente aconteciendo en nosotros mismos, capacitándonos para romper la barrera de la finitud y de la muerte. Es precisamente lo que se nos revela en la resurrección del hombre Jesús; en él Dios con su poder superó el problema de la muerte.
Aunque lo vieron morir crucificado, sin embargo está vivo, y vive como Dios vive.
La muerte ya no tiene más dominio sobre él. Pero si vive con Dios, quiere decir que actúa con Dios en la creación del mundo y en la transformación de todos los seres humanos.
El caso de Jesús no es un caso particular y privado; en él se revela la suerte de la universal humanidad. Todo el que muera como creyente, es decir, todo el que acoja desde el fondo de su corazón ese poder divino, tendrá después de su muerte física la misma suerte que Jesús. Estará juntamente con él en la misma condición divina y, por lo tanto, comprometido en la obra de la creación y salvación de todos los seres humanos.
La fe en Jesucristo resucitado no sólo consiste en aceptar que Dios lo resucitó por el poder de su Espíritu.
Consiste también en ser conscientes de que habita o acontece en nosotros, implicándose en la estructura de nuestra existencia, transformándonos sustancialmente, liberándonos de nuestra autosuficiencia y egoísmo, y haciéndonos capaces de salir de nuestro límite, impulsándonos en función de aquellos que son los más oprimidos de la sociedad.
Estas reflexiones nacen en el Centro de Fe y Culturas que es un espacio para profundizar en estos contenidos de fe desde la experiencia de nuestra propia cotidianidad.
Ellos nos ponen de presente el valor de la dignidad de la persona humana, el sentido de la vida y la importancia de asumir una moral social comprometida.