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No sería posible escribir una historia de la sinfonía, del cuarteto de cuerda o de la sonata para piano sin dedicar un extenso capítulo a Joseph Haydn (1732-1809), el máximo exponente de la Viena clásica. En el desarrollo de la ópera, sin embargo, Haydn es una figura estimable e incluso genial pero un tanto marginal. Las trece partituras que nos han llegado han sido siempre material periférico hasta su redescubrimiento a mediados de nuestro siglo, sobre el escenario y particularmente en discos. A Haydn no le habría importado que sus obras escénicas quedaran relegadas durante tanto tiempo, pues él mismo las consideraba críticamente composiciones que "he proyectado para el lugar"- el teatro del Prícipe Esterházy en Hungría, un pequeño cortesano en una remota provincia- y "condicionadas a nuestras fuerzas", que consistía en una pequeña compañía italiana. La emperatriz María Teresa fue una gran admiradora de las representaciones de Haydn en la ópera de Eszterháza. Escribir óperas para el teatro de su principesco patrón era aceptado como una de las obligaciones del Kapellmeister.
Pintura al gouche de un artista desconocido.
(Museo del Teatro, Munich)
Hijo de un carretero de Rohrau, en la frontera lingüística entre Austria y Eslovenia, permaneció al servicio del príncipe durante tres décadas, lejos de los grandes centros musicales, antes de que le llegara la fama europea, primero con las sinfonías escritas para París y luego con las sinfonías y oratorios en Londres y Viena.
La grandeza de Haydn reside en la música instrumental comparativamente abstracta antes que en la capacidad dramática. Sus óperas desbordan de música suntuosa y melódica, pero tienden a ser prolijas e incluso los libretos carecen de un impacto dramático particular. Las situaciones escénicas están anegadas en música pero no están cristalizadas en la música. Por otra parte, los círculos cortesanos de Eszterháza querían que les divirtiesen, no que les edificasen; deseaban cocerse en una profusión de melodías y deleitarse con voces agradables e ingeniosas.
Las óperas de Haydn datan de los años 1768-1791. Haydn hizo tres incursiones en el campo de la opera buffa: Lo speziale, L'infedetá delusa y La canterina. Abordó la opera seria cuatro veces: L'isola disabitata, Armida, Acide y L'anima del filosofo ossia Orefeo ed Euridice (compuesta en 1791 para Londres pero no representada hasta 1951 en Florencia). Haydn hizo seis ensayos en la opera semiseria, un estilo que combina elementos serios y de farsa: Le pescatrici, L'incontro improvviso e Il mondo de la luna (ambas basadas en Goldoni), La vera costanza, La fedeltá premiata y Orlando Paladino (basada en el Orlando furioso de Ariosto).
Hacia 1955 el promotor berlinés Walter Felsestein rescató a Giovanni Paisiello (1740-1816) de los polvorientos archivos. Este compositor del sur de Italia, a quien Mozart admiraba, había escrito Il barbiere di Siviglia ovvera La precauzione inutile en San Petesburgo en 1782, basándose en la comedia que Beaumarchais había escrito en 1775. Este dramma giocoso concentra el ingenio burlesco de la obra con su crítica social pre-revolucionaria, en diecisiete breves números musicales. La comedia de Paisiello quedó oscurecida por Il barbiere di Siviglia de Rossini en 1816. Un ameno sucesor de Pergolesi, el italiano Domenico Cimarosa (1749-1801), fue autor de partituras de considerable éxito a fines del siglo XVIII, especialmente en Viena, donde sucedió a Antonio Salieri como director de música de la corte. Su Il matrimonio segreto (Viena,1792) fue la única opera comica de finales del siglo XVIII que se hizo un lugar en el repertorio junto a las obras escénicas de Mozart.