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La minorización de la lengua catalana, desde su época de plenitud en los siglos XIV y XV, comprende los distintos intentos de subordinarla al castellano o al francés en un proceso que ha conocido diversas etapas y variedad de manifestaciones. Hacia finales del siglo XIV la Corona de Aragón alcanzó su máxima expansión política y geográfica, completando el avance tanto en dirección al sur peninsular, Valencia y Murcia, como al oriente mediterráneo, Mallorca, Sicilia, Cerdeña, Nápoles, Atenas y Neopatria. La presencia de colonos catalanohablantes en estos territorios expandió el catalán también por estos reinos. De esta manera, durante el siglo XV, logró ser una de las lenguas más extendidas del Mediterráneo, exclusiva en Mallorca y mayoritaria en Valencia.[1] Sin embargo, desde 1412, cuando por el Compromiso de Caspe la Corona de Aragón pasó a la casa de Trastámara, el castellano comenzó a introducirse también en el dominio lingüístico catalán en un proceso que se vio acentuado tras la unión de las coronas de Aragón y de Castilla, a finales del mismo siglo, por la unión matrimonial de Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla.[2] En los siguientes siglos, y en diferentes etapas, el uso de la lengua catalana sufrió restricciones de diversa naturaleza y tanto en España como en Francia se dictaron medidas legales tendentes cuando menos a su eliminación de la vida pública, restringido su uso al ámbito privado.[3]
En la segunda mitad del siglo XIX, principalmente en Cataluña y en menor medida en Valencia y Baleares, el idioma catalán conoció una recuperación junto a la cultura catalana gracias al movimiento de la Renaixença, paralelo al romanticismo europeo.[4] Los Juegos Florales contribuyeron de forma importante a la difusión de la literatura y la lengua catalanas. El proceso de recuperación del idioma abierto con la Renaixença tuvo continuidad en el primer tercio del siglo XX, aunque se vio temporalmente interrumpido con la dictadura de Primo de Rivera, que se caracterizó por la persecución del sentimiento catalán y prohibió el uso público del idioma,[5] y quedó cortado de raíz con el gobierno de Francisco Franco, pues se llegó a ver en el idioma catalán una herramienta del catalanismo y un símbolo de resistencia contra el régimen.[6] Incluso, con intención de desacreditarlos, tanto el catalán como los otros idiomas hablados en España distintos del castellano, fueron considerados dialectos o jergas frente al «idioma del Imperio», la lengua genuinamente española que era el castellano.[7]