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Respuesta: A inicios de la década de 1950, el obispo de Talca Manuel Larraín E. (1900-1966), con particular claridad definió el contexto de secularización y cambio histórico en el que transitaría la Iglesia Católica en los años venideros, marcados por el hecho de que "el ritmo de la historia se acelera, cambios rápidos e insospechados antes conmueven las instituciones y las costumbres", provocando con ello que "las divisiones sociales y políticas se hacen más agudas y violentas". Ante dicha situación inexorable, la convicción del religioso apuntó hacia la máxima de que "lo espiritual debe animar lo temporal", permaneciendo cada esfera como ámbito propio, pero no en un sentido negativo o de aislamiento católico, sino bajo la consigna de que "la Iglesia no tiene por fin que este mundo pase, sino el santificar un mundo que pasa"1. Lo que era indudable, sin embargo, era que ese mundo que pasaba estaba cambiando, y sus transformaciones se percibían en multitud de esferas y situaciones.