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El plan de Boccaccio nunca ha sido superado, aunque quizá haya sido igualado por Chaucer en sus Cuentos de Canterbury. Los narradores de Boccaccio no constituyen caracteres, mientras que cada uno de los peregrinos de Los cuentos de Canterbury parecen seres humanos. Los cuentos de Chaucer pueden hacerse pesados, no así en cambio los narradores; en El Decamerón los narradores no son personalmente interesantes, pero los cuentos son fascinadores. Las vivas e interesantes historias narradas por los jóvenes protagonistas de Boccaccio son la esencia de la obra y, aunque los narradores pueden ser olvidados, nunca lo será el mundo que crearon sus historias.
El Decamerón está inspirado en muy diversas fuentes: egipcias, árabes, persas, indias, los Contes y Fabliaux franceses, la Gesta romanorum. Boccaccio no se preocupó nunca probablemente del origen de los cuentos, que espigó por toda Italia como folklore de su tiempo. Se apropió el material que le plugo y, con su manera inigualable de narrarlo, lo hizo exclusivamente suyo; que este o aquel cuento tengan una versión en el antiguo Egipto poco importa. El libro, tan variado como el universo y la gente que lo habita, presenta al mismo tiempo al lector un vivido cuadro de la Italia del siglo xiv, ya que sus narraciones, profundamente realistas, están entretejidas de observaciones, costumbres y tipos que constituían la vida en tiempo de Boccaccio. El Decamerón, con sus ironías, su humor lascivo, su amable tolerancia con los errores humanos, es esencialmente humanista; en realidad, el libro ha sido criticado por esto precisamente: por la amplitud de sus miras y por su falta del llamado sentido moral o idealismo.