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La presencia de los espacios en la obra literaria tiene varias funciones. Por una parte, en la narrativa es necesaria la creación de atmósferas ficticias que acompañen a los personajes o, incluso, que les den vida y les definan. Uno recuerda la asfixia de Joseph K., el personaje de El proceso, de Franz Kafka, y la asocia con esos pasillos reducidos que conducen a oficinas absurdas, con escritorios absurdos repletos de papeles de trámites absurdos. Ese personaje absurdamente perseguido sufre un proceso judicial cuya causa nunca llega a conocer, y trepa con ansia escaleras empinadas y retorcidas que lo conducen a ninguna respuesta. El espacio y el personaje pueden asociarse en unidades indisolubles que crean tanto atmósferas exteriores como internas. Otro ejemplo es El coronel no tiene quién le escriba, de Gabriel García Márquez. Acaso ésta sea la mejor novela corta del escritor colombiano. Las excelentes descripciones del ambiente tropical en el cual vive el coronel comienzan a corresponderse con su estado de ánimo. La lluvia selvática, que dura días y días, se parece a la tristeza que se va apoderando, con mayor claridad cada vez, del protagonista. Y la carta y la pensión no llegaron nunca.