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La Amazonía ecuatoriana es uno de los lugares con mayor biodiversidad en el mundo, se estima que esta contiene el 10% de las especies de plantas que existen en el planeta y el 18% de las especies de aves [6], además de una infinita riqueza de anfibios, peces, reptiles, árboles, entre otros. A pesar de esto, la Amazonía ecuatoriana se ha visto amenazada por diversas actividades antropogénicas que amenazan su integridad, entre estas se encuentran principalmente la Minería y la Extracción de petróleo.
Un tercio de las inversiones para las actividades mineras en el mundo, se concentra en Latinoamérica, países como Chile, Perú, México y Brasil se encuentran en esta lista por las grandes cantidades de cobre, plata y hierro que se extraen de sus minas [1]. Particularmente, en Ecuador, la acción minera constituye una significativa fuente de ingreso y de generación de empleo para el país. Las provincias que destacan en esta área son: Esmeraldas, El Oro, Imbabura, Zamora, Napo y Morona Santiago [2]. En enero del 2009, La Asamblea Nacional aprobó la Ley Minera, en la que se propone […] controlar y gestionar los sectores estratégicos con los principios de sostenibilidad ambiental, precaución, prevención y eficiencia; así como se menciona […] que el Estado promoverá el buen vivir de la población, e incentivará aquellas formas de producción que preserven sus derechos y el cuidado de la naturaleza [3]. Una de las principales razones para la aprobación de la mencionada ley fue combatir la creciente minería ilegal asentada en el país.
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Los seres humanos conocen estos depósitos superficiales de petróleo crudo desde hace miles de años. Durante mucho tiempo se emplearon para fines limitados, como el calafateado de barcos, la impermeabilización de tejidos o la fabricación de antorchas. En la época del renacimiento, el petróleo de algunos depósitos superficiales se destilaba para obtener lubricantes y productos medicinales, pero la auténtica explotación del petróleo no comenzó
hasta el siglo XIX. Para entonces, la Revolución Industrial había desencadenado una búsqueda de nuevos combustibles y los cambios sociales hacían necesario un aceite bueno y barato para las lámparas. El aceite de ballena sólo se lo podían permitir los ricos, las velas de sebo tenían un olor desagradable y el gas del alumbrado sólo llegaba a los edificios de construcción reciente situados en zonas metropolitanas.
La búsqueda de un combustible mejor para las lámparas llevó a una gran demanda de "aceite de piedra" o petróleo, y a mediados del siglo XIX varios científicos desarrollaron procesos para su uso comercial. Por ejemplo, el británico James Young y otros comenzaron a fabricar diversos productos a partir del petróleo, aunque después Young centró sus actividades en la
destilación de carbón y la explotación de esquistos petrolíferos. En 1852,el físico y geólogo canadiense Abraham Gessner obtuvo una patente para producir a partir de petróleo crudo un combustible para lámparas relativamente limpio y barato, el queroseno. Tres años más tarde, el químico estadounidense Benjamin Silliman publicó un informe que indicaba la amplia gama de productos útiles que se podían obtener mediante la destilación del petróleo.