Respuestas
Respuesta:
Desde que se produjo la derrota del nazismo, hace poco más de medio siglo, cada año se va sabiendo un poco más la composición de la argamasa que sostenía el tinglado nazi. Las indagaciones abarcan desde el célebre libro de Theodor Adorno sobre la personalidad autoritaria hasta el más reciente de Goldhagen sobre los verdugos voluntarios de Hitler. Sabemos, sin más, que casi todo el mundo, es decir, casi todos los alemanes colaboraron. Y lo que casi todo el mundo se pregunta ahora es por qué aquellos alemanes cultivados o no, científicos o legos, ricos o pobres, contribuyeron al diseño del edificio nacionalsocialista. En fin, el asunto del que se ocupa el libro, el papel de las ideas lingüísticas y de la filología en la ideología nazi, constituye la crestería del edificio. No es más que un ornamento, pero que ilustra hasta qué punto la ideología nazi puede resultar un escollo difícil de salvar en el análisis global del fenómeno nazi.
La formación de una ideología tan compacta como la nacionalsocialista es un hecho que hasta hoy no se deja responder de forma contundente ni simple. Ni la historiografía marxista, ni la psicología social, ni los enfoques fenomenológicos de Arendt han dado explicaciones de las que se deduzca globalmente la forma en que una sociedad europea industrial del siglo XX se convirtió en una sociedad de alienados (como ahora nos lo parece) en la que el Lager con horno crematorio se ubicaba en la bucólica campiña germana. Barbarie y civilización parecían convivir sin causarse fricciones.
El nacionalismo es seguramente uno de los ingredientes principales del nazismo. En la formación del nacionalismo se afirma el componente de lo diferente y específico entre los humanos. Y dentro de los componentes diferenciales humanos están las lenguas o idiomas. En Alemania, el romanticismo (y antes de él Kant) destacó siempre la importancia del lenguaje en la constitución de las representaciones mentales, de la personalidad y también en el ámbito de lo objetivo, en la formación de la nación. Se va formando así una tradición que se consolida con Herder y Wilhem von Humboldt. Y es esta una de las hebras del ovillo que conducen al nacionalismo lingüístico, pero no lo hace en un recorrido directo.
Esta tradición intelectual, conocida como idealismo lingüístico, se caracteriza por: a) el relativismo lingüístico y cultural y en consecuencia, por una actitud antiuniversalista 1; b) la afirmación de las lenguas frente al lenguaje, y en particular de la lengua materna del hablante, frente a la idea biológica y abstracta del lenguaje, y c) la afirmación de la realidad de los pueblos frente a la idea ilustrada de Humanidad, de tal modo que es el pueblo (Volk) quien hace el idioma, no el individuo.
No cabe duda de que estos tres puntales del idealismo lingüístico se bastan por sí mismos para sostener el edificio nacionalista de cualquier época. Pero Christopher Hutton acude siempre que puede al idealismo lingüístico como ancla que sujeta la nave del nacionalismo lingüístico de la Alemania nazi de que se ocupa en su libro.
De este nacionalismo destacan tres lingüistas: Jost Trier (cap. 4), Leo Weisgerber (cap. 5) y Heinz Kloss (cap. 6). Trier y Kloss fueron miembros del partido nazi, mientras que Weisgerber lo fue de la Nationalsozialistischer Leherbund, una organización académica nazi.
Trier (1894-1970) es conocido en el campo de la lingüística como uno de los creadores de la semántica estructural, a la que hizo importantes contribuciones en la década de 1930. Weisgerber (18991985) también hizo una aportación destacada a la semántica estructural a finales de la década de 1920, y promovió un programa de investigación basado en algunos conceptos de W. v. Humboldt (como el de «forma interior del lenguaje»), y que puede considerarse un precedente de lo que hoy se llama el enfoque intelectivo (o cognitivo) al lenguaje. Kloss (1904-1987), que destacó en el campo de la sociolingüística, es un importante teórico de la planificación lingüística y de los derechos lingüísticos.