• Asignatura: Castellano
  • Autor: Adolfo2004
  • hace 8 años

Necesito una Fabula Sobre El (CoronaVirus) Que sea Largo

Respuestas

Respuesta dada por: pazmnojosue47
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Respuesta:

El coronavirus se había encargado de minar la serenidad familiar. Al principio, como tantos ciudadanos, habíamos tratado de quitarle importancia. Creíamos que el virus, procedente de China, tendría un recorrido corto y que antes de que nos diéramos cuenta habría desaparecido. Sin embargo, conforme pasaban las semanas y aumentaban drásticamente los casos de contagio y el número de fallecidos, la confusión se adueñó de todos nosotros. A falta de vacunas, el mejor modo de prevención, según los epidemiólogos, era el aislamiento. El coronavirus ya no era un cuento chino, era una amenaza real.

Mamá, por su parte, no ayudaba en absoluto. Trabajaba de enfermera en el hospital y cada vez que llegaba a casa tras una dura jornada nos daba el parte médico. Entre ella y los medios de comunicación, era difícil abstraerse del clima de histeria colectiva. El coronavirus llevaba camino de convertirse en pandemia, como aseguraba la OMS.

–A mí no me da miedo contraer el coronavirus. En personas con salud no suele ser demasiado dañino. Paracetamol y punto. Quien me preocupa es el abuelo. Como lo pille, la espicha –dijo mamá. “Espicharla”, en su jerga de hija asustadiza, significaba “morir vilmente, como un perro”–. Debemos conseguir que el abuelo acepte una cuarentena voluntaria –sentenció.

Asociar la expresión “cuarentena voluntaria” al abuelo era tarea complicada. El buen hombre, aun en el ocaso de su vida, tenía más energías que todos nosotros juntos. El verbo “aceptar” no encajaba en su filosofía de vida. Por ese motivo nos miraba siempre por encima del hombro, y cuando le preguntaban por su familia se limitaba a vomitar algún exabrupto. “¡Panda de renegaos!”, exclamaba. “¡Carecen de valor!”.

Había sido un empresario de éxito, corajudo y emprendedor, un hombre muy alto, de buen porte, con un carácter noble pero desmedido, y ahora, a los 84 años, lo primero que hacía cada mañana, después de acicalarse y ponerse traje y corbata (a la hora de vestir siempre había sido muy distinguido), era irse al parque a jugar a la petanca con sus amigos, un grupo de aguerridos vejestorios que desafiaban el paso del tiempo. Me admiraba que, con tantos años a cuestas, aún tuvieran tiempo y ganas de doblar la espalda para jugar a la petanca. Era como si la tercera edad se diera la mano con la primera, cerrando así el círculo de la vida.

El abuelo, el mayor de todos, tenía que limitarse últimamente a observar: sus piernas habían comenzado a fallarle. No lanzaba la bola de metal, pero hacía todo lo demás: discutía, jaleaba, bromeaba, festejaba, abrazaba o amenazaba (según se terciara). Vivía el juego, en fin, como uno más. Para aquellos hombres la petanca era la metáfora de la vida: jugar equivalía a sobrevivir.

Y ese era el panorama: teníamos que meter en vereda, es decir, obligar a pasar por una cuarentena voluntaria (valga la contradicción) al miembro más vitalista de la familia. Nosotros que, en palabras del patriarca y futuro rehén, carecíamos de valor.

Y puede que mamá, como los demás, no tuviera valor, pero si algo le sobraba era obstinación. Obstinación y miedo.

Explicación:

es solo una parte del a creacio

espero que te ayude:)

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