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Desde la Antigua Grecia se sabe que algunos materiales pueden electrificarse al ponerse en contacto con otros. En el siglo VI a.C., Tales de Mileto comprobó que al frotar una pieza de ámbar con una lana ésta podía atraer objetos livianos, como hilos o plumas. Fenómenos similares fueron observados a lo largo de los siglos, pero su estudio sistemático no comenzó hasta el siglo XVI. En el año 1600, William Gilbert publicó De Magnete, una obra en la que se refiere por primera vez a este fenómeno con el nombre de electricidad (electricitas, en latín), que deriva de la palabra griega para el ámbar, elektron (electrum, en latín). Este científico observó que otros muchos materiales se comportaban como el ámbar, mientras que otros no ejercían atracción alguna, y en base a este comportamiento los clasificó en eléctricos y aneléctricos
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