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Aquellas que no admitieron esta realidad y sin que Dios escuchara sus súplicas, trataron de revertir el orden por medio de la magia, buscando cambiar la conducta masculina. En estas circunstancias, las esposas recurrieron a diferentes prácticas mágicas para retener o hacer volver al esposo. La mulata Dorotea solía poner bajo la zalea en que dormía su marido la yerba "mano de león o doradilla" para evitar que se marchara.
La mujer insatisfecha buscaba, en la relación fuera del matrimonio, mayor satisfacción erótica y no poca venganza por el comportamiento del marido. Así, una mezcla de amor despechado y de erotismo realizado marcan este tipo de relaciones. Era generalizada la creencia de que usar "tierra de muerto", recogida en el cementerio, colocada bajo la almohada del esposo, provocaba un sueño letárgico muy cercano a la muerte, lo que permitía a la esposa infiel salir, sin ser sentida, a sus entrevistas amorosas. Juan de Silva le dio a Mariana Vázquez un papel atado con tierra de sepultara adentro y sesos de asno para que los administrara al marido y, con ellos, atontarlo y poderse ver.
En las relaciones de mancebía o concubinato existió mayor expresión erótica y amorosa, tanto de parte del hombre como de la mujer. La ilegalidad y el pecado, la falta de responsabilidad obligatoria y la facilidad en la ruptura, hacía que esta relación fuera más apasionada e insegura, orillando a las mujeres a recurrir a la magia. Juana Palacios dio en el chocolate diez o doce veces "el agua en que se había lavado sus partes" a un hombre con quien tenía ilícita amistad, para que la quisiese y no se le fuese. Francisca Dionisia, mulata libre de 20 años, invocando al Demonio echó a Juan Francisco, mulato con el que mantuvo relación por dos años, unos polvos en la cabeza y el cuerpo para que aborreciera a su futura esposa. Josepha de Acevedo, mulata amancebada con José de Vitoria, español, llevaba en la cintura un envoltorio con cabellos de José, raspaba las uñas de los hijos que con él había procreado para administrárselos en el chocolate y evitar así que los
abandonara. Era común que las mujeres recurrieran, para este propósito, al uso del menstruo, administrado la mayoría de las veces en el chocolate. A las secreciones corporales se les confirieron propiedades mágicas, pues se consideró guardaban parte de la personalidad del individuo. De este modo, el hombre que ingería menstruo introducía mágicamente en su cuerpo a la mujer, por tanto formaba parte de él y no podía apartarla de su pensamiento y de su corazón. Una india llamada María denunció a Catalina Ponce, pues "a todos los hombres que andan con ella les da a beber en el chocolate sus bajaduras, que se entiende, la sangre que le baja de su mes", poniéndolo asimismo en el pan que ella amasaba; y sin hacer distinciones lo administraba también a "frailes y clérigos" quienes le hacían todo tipo de regalos y le daban dinero.