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Carlomagno fue el primero que trató de cambiar este orden de cosas, y se rodeó para ello de eruditos que, procedentes en su mayoría del clero, mostraron interés por la antigüedad clásica en todas sus facetas.
Alcuino, pilar fundamental de la reforma intelectual llevada a cabo por Carlomagno, trató de recuperar el saber clásico en la creación de escuelas que podían ser varios tipos según los responsables de las mismas: escuelas monacales dependeinete de los monasterios (por ejemplo la Escuela Monástica de Auxerre), escuelas cetedralicias regidas por los canónigos de las catedrales, escuelas municipales bajo el auspicio de un ayuntamiento y las escuelas palatinas (como la Escuela Palatina de Carlos el Calvo Escoto Erígena), junto a las cortes. De todas ellas, las más importantes fueron las escuelas monacales y las catedralicias.
Estas escuelas centraron sus programas de estudio a partir de las siete artes liberales, distribuidas en dos grupos: el trivium y el quadrivium; el primero incluía las materias literarias (gramática, retórica y dialéctica), mientras el segundo se correspondía con las enseñanzas científicas (aritmética, geometría, astronomía y música). La creación de escuelas en las que se impartían las enseñanzas basadas en esta organización permitiría, con el paso de los siglos, la aparición de las Universidades
La creación de estas instituciones intelectuales de desarrollo y transmisión del conocimiento que conocemos como universidades es uno de los avances más decisivos para la historia de la humanidad. Sin embargo, raramente se destaca como un invento medieval que debemos al germen iniciado, prioritariamente, en las escuelas catedralicias.
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