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La imagen representa, significa, comunica. Guarda un mensaje que puede ser atemporal: aunque su significado cambie, a lo largo del tiempo seguirá transmitiéndolo. En este sentido, lo visual contiene un discurso que nos invita a elaborar una reflexión en torno a la valía de la imagen como fuente histórica. Y no sólo de la imagen, sino que ya sea una pintura, una escultura, un edificio, una película o un cotidiano panfleto propagandístico, el historiador tendrá frente así un objeto historiográfico, es decir, un discurso que implica una manera de entender la historia –personal o colectiva- y por ende, una toma de consciencia de su historicidad. Siguiendo lo anterior, la validez de elaborar un análisis historiográfico de un objeto visual se vuelve evidente.
Como señala Iván Gaskell, frente a lo visual, la tarea del historiador es intentar “recuperar ‘el ojo de la época’; la manera de ver culturalmente específica”1 y añadiría yo, histórica. De tal manera que parece indispensable centrar nuestra atención en los aspectos fundamentales que rodean a la obra, a saber: el autor, el contexto de realización, su intencionalidad y el público al que pensó dirigirse.
Al lado de Diego Rivera y José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros es considerado como uno de los grandes muralistas de México. Nació en Chihuahua en 1896 y durante su adolescencia vivió de cerca el movimiento revolucionario. Su vida estuvo caracterizada por la militancia política: A los dieciocho años siente el llamado revolucionario y se enlista dentro del Ejército Constitucionalista expresando su apoyo a Venustiano Carranza; a los 20 años, ya había sido nombrado Subteniente de dicho ejército. Años más tarde, Siquieros se une al Partido Comunista Mexicano refrendando su compromiso con la causa proletaria y en 1927, se ubica en Moscú como asistente del Congreso Internacional Sindical Rojo2. Cabe destacar que durante estos años, los conflictos con las autoridades mexicanas se volverán frecuentes –germen de sus continuos exilios- ya que Siqueiros, con un discurso cada vez más radical, intentará llevar a cabo todos los ideales del comunismo soviético e incitará a las organizaciones sindicales a la abierta subversión. Su filiación política lo encamina a la representación continua de obreros y símbolos alusivos a la lucha de clases como el mazo y la hoz.
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