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La prensa lo ha bautizado como el ‘efecto Trump’, un concepto que sirve para definir el salto adelante que ha dado la economía estadounidense desde la llegada del republicano a la Casa Blanca. Como si fuera uno de sus hoteles, el magnate heredó unos cimientos sólidos, pero sin lustre y, en menos de dos años, ha conseguido darle el revestimiento que les faltaba para que parezcan un establecimiento de lujo. “¿Quién tiene la varita mágica? Yo tengo la varita mágica”, presumió recientemente Donald Trump en uno de sus mítines. El paro está en la cifra más baja desde 1969. Se ha reactivado la inversión y la confianza del consumidor está por las nubes. Las bolsas siguen de fiesta, por más que tengan días de resaca. Y el crecimiento alcanzó el 4.2% en el último trimestre, la mayor expansión desde el 2014.
Parte del optimismo se atribuye a la agresiva desregulación emprendida por la Administración del presidente Donald Trump, a la que hay que unir una masiva rebaja de impuestos y un aumento significativo del gasto público en carteras como Defensa. Esa suma de elementos ha logrado hinchar los números, pero pocos economistas en su sano juicio creen que sea la receta que el país necesita en estos momentos. “Ha puesto en marcha un programa de estímulo en el momento equivocado”, ha dicho el expresidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke. “La economía ya ha alcanzado el pleno empleo”. Los manuales del ramo dictan que hay que ahorrar en tiempos de vacas gordas para romper la hucha y gastar cuando las vacas enferman.
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