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Si los precios de muchos de los artículos que compramos suben, perdemos poder adquisitivo. Dicho de otra forma, con el dinero que tenemos —ingresos y ahorros— no podemos comprar tanto como antes. Esto puede desencadenar una espiral alcista de los precios. Si todo se encarece, podríamos tener que pedir un aumento de sueldo a nuestra empresa. Para financiar el incremento de las retribuciones al personal, la empresa podría reaccionar subiendo sus precios. Si esto ocurre en muchas empresas, los precios de muchos artículos subirán más, lo que alimentará la espiral. Esta situación hace que planificar los ahorros y las inversiones sea más difícil para los particulares y las empresas. Ante una pérdida de valor rápida, el público puede perder la confianza en la moneda. Estos son solo algunos ejemplos de los efectos negativos de unas tasas de inflación elevadas.
Como consumidores, el descenso de los precios puede parecernos algo bueno. Si se trata solo de los precios de algunos artículos, puede ser, sin duda, positivo. Por ejemplo, en las últimas décadas, los precios de muchos dispositivos electrónicos, como los ordenadores portátiles y los teléfonos, han bajado, debido en gran parte a la innovación, que permite ahorrar en los costes de producción.