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¿Qué es la lepra?
La lepra, también conocida como enfermedad de Hansen -por el médico noruego que aisló el bacilo-, es una infección crónica originada por la bacteria Mycobacterium leprae, que afecta principalmente a los nervios periféricos, a la piel, a los ojos y a las mucosas de las vías respiratorias altas. La afección se caracteriza por la aparición de úlceras cutáneas, y provoca daños neurológicos que se traducen en falta de sensibilidad en la piel (dejan de percibir sensaciones de calor, frío y dolor) y debilidad muscular. Se transmite de persona a persona y, aunque no es muy contagiosa, se puede contraer tras un estrecho contacto con personas enfermas y no tratadas. Cuando el enfermo ya está siendo tratado con la medicación adecuada, no resulta infeccioso.
Los síntomas característicos de la lepra son las lesiones cutáneas, más graves en el caso de la forma lepromatosa, que provoca protuberancias deformantes, de diversos tamaños y formas. La bacteria afecta además a los nervios periféricos y produce daño neurológico en brazos y piernas, ocasionando la pérdida de la sensibilidad en la piel y debilidad muscular. Al perder la capacidad de percibir sensaciones como el dolor, el frío o el calor, los enfermos pueden herirse o quemarse sin darse cuenta.
La mejor prevención para evitar la diseminación de la lepra es su detección precoz para instaurar cuanto antes el tratamiento adecuado. Además, las personas que convivan o hayan tenido un contacto estrecho con el enfermo deben ser examinados por un médico para descartar posibles contagios.
Los antibióticos pueden frenar el avance de la lepra, e incluso curarla aunque, dependiendo de la gravedad de la infección, muchos pacientes tienen que medicarse de por vida para evitar recaídas.
Los antibióticos que se utilizan con mayor frecuencia para tratar la lepra son la dapsona, la rifampicina y la clofazimina. Otros fármacos que también se administran a los enfermos de lepra son la claritromicina, la ofloxacina, la etionamida y la minociclina.
Con frecuencia se emplea una combinación de fármacos para combatir la infección, ya que el tratamiento multimedicamentoso ha demostrado una gran efectividad en la lucha contra la enfermedad (desde 1985 la incidencia de la lepra en el mundo se ha reducido en un 90%).
En la actualidad, la lepra puede curarse, y la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha fijado el objetivo de reducir su prevalencia a un caso por cada 10.000 habitantes a nivel mundial, y eliminarla así de la lista de problemas de salud pública. En algunos países este objetivo está más que superado, sin embargo, todavía quedan zonas muy afectadas en otros países como Brasil e India.
Para poder erradicar la lepra es preciso establecer dos estrategias fundamentales:
Incorporar servicios especializados en la lucha contra la enfermedad en los servicios de salud pública de los países donde la enfermedad es endémica, facilitando el acceso de la población a estos servicios para obtener un diagnóstico precoz.
Proporcionar a los enfermos la medicación adecuada de forma gratuita. El diagnóstico y el tratamiento precoces de la enfermedad disminuyen significativamente las secuelas de la lepra, y posibilitan que los enfermos puedan llevar una vida normal.
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