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El efecto Benjamin Franklin o por qué ayudamos haciendo favores.

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Respuesta dada por: rocio634
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El efecto Benjamin Franklin es una manifestación psicológica que parte de la idea de que, si hacemos un favor a una persona, cambiará la percepción que tenemos de ella. Es un fenómeno que está relacionado con la necesidad que tenemos emocionalmente cautivar y complacer a todos.

El origen de este efecto neurológico es muy conocido. Benjamin Franklin, el inventor del pararrayos y uno de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, contaba con un enemigo en la Asamblea Legislativa, un adversario que a menudo mostraba públicamente sus críticas y objeciones al programa que el político de Boston exponía en estas reuniones.

Parece ser que el propio Benjamin Franklin estaba preocupado por esta animadversión y quiso solucionar el problema granjeándose al crítico. Para ello, decidió pedirle un favor: sabedor de que su adversario era una persona muy culta, Franklin le solicitó prestado un ejemplar raro y singular de su biblioteca. Por supuesto, el otro se sintió halagado por la petición y correspondió rápidamente al préstamo.

Desde ese instante, ambos entablaron una sólida y sincera amistad que duraría hasta el final de sus días.

Según los expertos, este deseo de agradar a todos, esta necesidad de complacer que tenemos esconde detrás una disonancia cognitiva, por cuanto la persona a la que se le ha pedido el favor se encuentra con una dicotomía emocional, que no es más que el resultado de la dualidad de los sentimientos que siente hacia su enemigo y la cortesía de realizarle el favor que ha solicitado. Es decir, manifiesta una desarmonía interna fruto de la mezcla de esa contradicción de sentimientos.

Ante ello, nuestro cerebro intenta justifica la contradicción de esas emociones, enfatizando los aspectos positivos de la elección que realizado hecho para generar una coherencia interna que explique el porqué de nuestros actos. Podemos interpretarlo como un mecanismo que desarrollamos para eliminar la incoherencia y el contrasentido que apreciamos, a priori, en la decisión que hemos tomado.

En muchos casos, esta disonancia cognitiva puede manifestarse también con hechos que sean contrarios a nuestro modo de pensar o de actuar. Por ejemplo, un enfrentamiento bélico. La búsqueda de explicaciones que justifiquen una guerra hace que aquellos que han tomado la decisión de participar en la contienda aleguen razones vinculadas a la religión, el patriotismo o la libertad como argumentos válidos para defender su postura.

Sin tener que ir tan lejos, también en nuestra vida personal y profesional nos enfrentamos, en algunas ocasiones, a esta disonancia congnitiva cuando tenemos que ayudar o hacer algún favor a ese compañero o conocido al que no soportamos. Del mismo modo, en estos casos nuestra mente tratará de buscar explicaciones que justifiquen ese acto, aunque estas se resuman en que el jefe nos ha obligado a ello. Incluso en nuestra vida de pareja podemos encontrarnos con esa dicotomía en aquellos casos en los que realizamos ese favor que nos ha pedido y que no nos termina de gustar.

En otras ocasiones, nuestra decisión puede no ser comprendida por los que nos rodean, o exige un exceso de tiempo o dinero para llevarla a cabo (comprar un coche nuevo cuando el viejo aún funciona, o terminar una relación de pareja cuando todavía sentimos algo por la otra persona). La incoherencia y el contrasentido que puede acompañar a esa decisión nos hará buscar excusas que la justifiquen emocionalmente y ayuden a explicar nuestra selección.

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