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Al comienzo de todo sólo existía un insondable y grandioso abismo, a cuyo Septentrión se extendía hasta el infinito un país de nubes, ubicándose en su centro una fuente de la que manaban doce ríos glaciares. En cambio el fuego todo lo invadía al Meridión, surcado por ríos de ponzoñoso veneno, que con el correr del tiempo se fue derramando sobre el abismo. Cuando la ponzoña ganó solidez, una nórdica escarcha lo cubrió con su característico manto. De repente, un buen día, empezó a soplar un viento cálido del Sur, que convirtió la escarcha en derretidas gotitas, de gran singularidad.
De aquéllas surgió el primer habitante, el gigante Ymir, cabeza de la progenie de todos los gigantes, como el gran Bor, padre a su vez de los dioses Odín, Vili y Ve. La cordialidad no imperó en la familia precisamente, y los divinos descendientes declararon una feroz guerra a muerte a los gigantes, finalmente aniquilados.
Ymir cayó en el fragor de los combates, y de su carne los vencedores elaboraron el suelo terrestre, los mares de su sangre, las montañas de sus huesos y los árboles de sus cabellos. Con su craneo se dispuso la bóveda celeste, de la que prendieron las veloces chispas del fuego meridional, origen del sol, de la luna y de todos los astros del fimamento, a los que los dioses impusieron el orden de la regularidad, pues de ellos procedía toda ley.
De la tierra comenzaron a emerger unas larvas que adquirieron la fisonomía de enanos, incapaces de reproducirse, pero que consiguieron perpetuarse gracias al favor divino. Aquel joven mundo se encontraba todavía vacío a la espera de una criatura de especial valor...
Y fue entonces cuando los dioses crearon de los troncos de los árboles a los humanos, cuya primera pareja estuvo formada por Ask y su compañera Embla, a los que Odín otorgó el primer aliento, Henir el alma y la razón, y Lodur la sensación del calor y el placer de los colores. La entrada del infierno se confió a la diosa Hel, ayudada en la custodia por un terrible perro.
Tales tradiciones fueron ensamblándose progresivamente hasta conformar un relato coherente, transmitido oralmente por los elementos sacerdotales, que fue compartido por otros pueblos germanos, como los antepasados de los visigodos, cuyo origen Jordanes estableció en la misma Escandinavia. Es fácil ver el influjo de la grandiosa naturaleza nórdica y de las trifulcas familiares de aquellas sociedades en estos relatos, en los que la observación de la realidad cotidiana escala hasta las alturas de lo universal. No en vano de los sinuosos árboles procedemos las personas, con nuestro misterioso halo divino. Entre los vikingos ya latía el pálpito del origen trágico de las cosas, similar a los terribles dolores del parto.
Me recuerda a snk