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Aunque estos cambios son consustanciales a la vida de la humanidad, comprobamos que las generaciones, que han alcanzado el reconocimiento con el dominio de unas formas artísticas, asumen difícilmente esta realidad cambiante. A un poeta formado en los sesenta le es muy difícil entender los nuevos esquemas de los jóvenes, pues no los ha vivido como propios en su mirada, en su vivencia formativa. Así se produce el famoso abismo intergeneracional. Por otra parte, el joven tiene la convicción de que la interpretación del arte empieza con él, y esto también lo limita. Se producen unos compartimentos estancos de difícil comunicación entre ellos, porque los mismos que ahora tienen sesenta años, cuando tenían treinta, bebieron de esa fuente colectiva que implica a una determinada generación y rechazaron a las generaciones anteriores.