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Durante los siglos VIII y XV predominó en Europa un sistema político y económico que ha recibido el nombre de feudalismo. Era un sistema organizado alrededor de la propiedad de la tierra, a cambio de esquemas de vasallaje, protección, trabajo y distribución de la producción agrícola. En la clásica descripción de Marc Bloch, el esquema jerárquico giraba alrededor de los tres estamentos de la sociedad: nobleza, clero y productores del campo. Típicamente los señores feudales, firmemente aposentados en sus castillos, prestaban protección a los productores agrícolas a cambio de trabajo directo o de un tributo que era pagado en especie.
Entre los habitantes del campo y los poblados las relaciones económicas se llevaban a cabo por medio de mercados, ferias y otros esquemas para los intercambios. La moneda en circulación era emitida, a veces, por autoridades eclesiásticas y, en ocasiones, por reyes o los mismos señores feudales. El trueque sólo predominó cuando había derrumbes institucionales, como al colapsarse el imperio romano o cuando desapareció el imperio de Carlomagno.
En el feudalismo existía el crédito y algunas dinastías se encargaron de proporcionar préstamos a quienes los necesitaran. Pero esos empréstitos normalmente estuvieron reservados a los poderosos y no eran para el grueso de la población. Una buena parte de los créditos se destinaba a pagar mercenarios y financiar guerras. En esos casos los intereses eran altísimos y podían alcanzar 60 por ciento (como hoy en las tarjetas de crédito). También había préstamos para los grandes comerciantes, quienes ofrecían suficientes garantías. El resto de la población tenía que recurrir a los prestamistas locales para solventar sus necesidades en caso de enfermedad o de alguna otra emergencia.
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En el feudalismo existía el crédito y algunas dinastías se encargaron de proporcionar préstamos a quienes los necesitaran. ... Los préstamos que ofrecían eran con recursos propios o que provenían de sus complejas operaciones contables. Eran, por así decirlo, banqueros sin bancos, en el sentido moderno de la palabra.