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Los alquimistas fueron los primeros hombres dedicados a trabajar y estudiar diversas sustancias. Entre los siglos III a.C. y XVI d.C. estuvieron dedicados a transformar diversos metales en oro, para lo cual buscaron de forma frenética la piedra filosofal. Tipo de elixir, que lograría que la fusión del mercurio con el azufre, fuera un éxito. No hay duda que la alquimia fue una de las más grandes precursoras de las ciencias modernas, y que muchas de las sustancias, herramientas y procesos de la antigua alquimia son de utilidad y pilar fundamental de las industrias químicas y metalúrgicas de la modernidad.
Si nos remontamos a los orígenes de la alquimia, es necesario posicionarnos en la era en que los filósofos griegos se preguntaban sobre la naturaleza de la materia. Finalmente Aristóteles pensó en cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego. A esto, se sumó Demócrito con la teoría de que la materia no se puede dividir de forma infinita y que deben existir átomos.
Por otro lado, el pueblo egipcio se caracterizó por ser un experto en química aplicada debido a sus rituales de embalsamamiento. Ellos asociaron siete cuerpos celestes del cielo a siete metales conocidos, y comenzaron a utilizar misteriosos símbolos para referirse a ellos, con el fin de mantener oculto su conocimiento. Pasaron los siglos y entonces la preocupación de los alquimistas era dar con la fórmula para transformar los metales. El al-iksir o Piedra Filosofal fue por mucho tiempo una substancia desconocida y muy buscada, que creían era la cura de las enfermedades y confería la inmortalidad. En ese contexto, diversos alquimistas europeos como Alberto Magno, Stgo. Tomás de Aquino y Ramón Llull, sentaron las primeras bases sobre el estudio de las materias y los metales.