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Una tarde de 1665, estando sentado en el huerto de la casa de su madre en el condado inglés de Lincolnshire, Isaac Newton vio caer una manzana de un árbol y comenzó a cavilar que, si la manzana caía porque no tenía ningún apoyo, ¿por qué no se caía también la Luna, que tampoco contaba con soporte ninguno?
La misteriosa atracción del Sol
Lo que impedía que la Luna cayera sobre la Tierra era su movimiento, que contrarrestaba la fuerza de la gravedad y la mantenía en órbita. Esa misma conjunción de fuerzas mantenía a la Tierra y a los planetas girando permanentemente en sus órbitas alrededor del Sol.
La Tierra atraía a la Luna, sí, pero con menor fuerza que a una manzana, porque la Luna estaba más lejos. Newton decidió comparar la caída de una piedra (o una manzana) sobre la superficie terrestre con el movimiento de la Luna, y de la comparación de las fuerzas "astronómicas" que actúan sobre la Luna con las fuerzas "terrestres" que actúan sobre los objetos de la vida cotidiana, dedujo la ley general de la gravedad.
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