Respuestas
Respuesta:
Leandro Díaz, un hombre que es poesía y acordeón
Explicación:
Erótida llegó a vivir en Alto Pino varios meses después de que naciera Leandro. Memorizó los pormenores del inicio de esta tragedia de tanto oírselos contar a Nacha, su cuñada, y un par de veces también a Abel, su hermano. Del recuento que me hace ahora que ha cumplido noventa años me valgo para reconstruir la historia de la siguiente manera: la casa estaba tan oscura como la noche, con la luz apenas insinuada de una vela encendida que permitía distinguir algunos objetos: un par de taburetes de madera y cuero, uno de ellos con la cabecera recostada contra la pared, una estera de junco del color del trigo puesta sobre el suelo de tierra apisonada, una pequeña mesa con unas cuantas ollas, dos platos de peltre y un juego de totumos que se usaban como cucharas, ordenados en la parte superior de un tinajero de madera de dos piezas del que guindaba el cucharón dentado de aluminio que servía para sacar el agua del par de tinajas del color de la tierra húmeda. El chinchorro colorido, tejido a tres hilos por las indígenas vecinas, colgado con hicos blancos de una pared a la otra, era la única alegría en medio de la oscuridad.
Nacha era la hija del dueño de Alto Pino, adonde Duarte había llegado a trabajar como jornalero dos años atrás, a finales de 1925 o principios de 1926, luego de abandonar la casa de sus padres en Hatonuevo.
Alto Pino estaba ubicado en la mitad de la nada, cerca de Lagunita de la Sierra, una aldea con menos de quince casas que hacía parte de Barrancas, un municipio situado más allá del límite norte del antiguo Valle de Upar y del río Ranchería, en el extremo sur de la comisaría de esa Guajira que Eduardo Zalamea describió en Cuatro años a bordo de mí mismo, poco tiempo después de que naciera Leandro: «Es una tierra árida, de sol, de sal, de indios y de ginebra»
Respuesta:Leandro Díaz, un hombre que es poesía y acordeón
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