Respuestas
Cuando se tiene o se busca el poder político formal, semejante simplismo puede causarle a la nación problemas aún mayores. Los economistas estamos obligados a mirar honestamente hacia el pasado; no para justificar nuestras propias ideas e ilusiones, ni para afirmar nuestro desprecio por las ajenas, sino para desentrañar lo fundamental de lo que ha ocurrido hasta hoy. Es cierto que las llamadas reformas estructurales de finales de los ochenta y comienzos de los noventa son elementos esenciales para conocer el presente. Vuelve a tener razón el ex presidente Gaviria cuando afirma que el gobierno y algunos líderes culturales -varios economistas entre ellos- sobrevendieron la eficacia de dichas reformas para salir de la pobreza. La clase de transformaciones propuestas entonces, eran y son, indispensables. Uno puede discutir la velocidad y la secuencia de los cambios, y puede también criticar la falta de equidad y de justicia de varias de las reformas concretas instauradas, pero no cabe duda de que había que salir de la pretendida autarquía económica de Colombia; había -y hay- que romper con un estado de cosas que beneficia principalmente a quienes tienen acceso a las graciosas dádivas de los gobernantes. Como hace quince o veinte años, tenemos que instalar un régimen que le dé vuelo a la iniciativa privada y a los mercados modernos y bien regulados. Tenemos que establecer una tributación justa, fortalecer un Estado capaz de atender los derechos sociales y darles autonomía a los ambientes regionales y locales. Si se toman las apreciaciones del ex ministro Hommes por su valor a la par, hubo un fuerte olor autoritario y mesiánico en la actitud de los reformadores que llegaron al Gobierno en 1990. Dice Hommes en una columna de prensa de 1999: Montados sobre el entusiasmo público con el cambio y el deseo del Congreso de demostrar tardíamente que también podía trabajar, ante la inminencia de una revocatoria, Gaviria y sus colaboradores aprovecharon la ocasión y lograron que se aprobara la mayoría de las leyes que conformaron la espina dorsal de las reformas económicas conocidas como la Apertura durante la última legislatura de 1990, mientras el país y los grupos de presión estaban encantados y distraídos por la discusión y los eventos políticos. Es decir, mientras el país se entretenía con el tema de la Constituyente, el equipo de Gaviria, según Hommes, metía sus goles en un Congreso asustado, con proyectos de ley que sólo fueron debatidos en los claustros del Capitolio, en la Casa de Nariño y, naturalmente, con las instituciones multilaterales. Es decir, también, que en el fondo se aplicó un despotismo ilustrado de nuevo tipo, que vino a reemplazar al viejo despotismo del manejo político del pasado. Todo ello, mientras Colombia, en la calle, se aplicaba a tratar de construir una plataforma más democrática hacia el futuro. Con la nueva Constitución, esos ejercicios despóticos de la tecnocracia ya no hubieran sido posibles. Quién sabe: las reformas estructurales habrían sido más eficaces y se habrían ganado un consenso mucho mayor, si los proyectos de Ley de la apertura hubieran llegado al primer Congreso post-Constituyente. Pero eso queda entre las preguntas imposibles que plantea la historia. Consultor privado "Cuando se tiene o se busca el poder político formal, semejante simplismo puede causarle a la nación problemas aún mayores.