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Tanto su vida como su literatura han sido abordadas desde los enfoques críticos más dispares, ortodoxos y heterodoxos, para ser explicadas con intenciones hagiográficas o sensacionalistas, arrojando una cosecha bibliográfica inabarcable que todavía no ha logrado resolver multitud de interrogantes y enigmas. Nuestro primer autor sigue siendo todo un desconocido en numerosos aspectos: ni siquiera conocemos su verdadero rostro, por más que estemos habituados a ver su retrato -supuestamente pintado por Jáuregui- estampado como auténtico en todos sitios; no sabemos, a ciencia cierta, su fecha de nacimiento, ni poseemos documentación alguna relativa a su vida personal; tampoco conservamos manuscritos autógrafos de ninguna de sus obras, sino impresiones de época un tanto descuidadas; ni siquiera contamos todavía con auténticas «ediciones críticas» de la mayoría de sus creaciones y, en fin, nunca acertaremos a deslindar las atribuciones. La única verdad absoluta en Cervantes es El Quijote: la mayor aportación de España a la cultura occidental.
El retrato más fidedigno que conocemos de Miguel de Cervantes no se debe a los pinceles, sino a su propia pluma, con la que trazó su "rostro y talle" en el prólogo a las Novelas ejemplares:
"Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos estremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso, a imitación del de César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria".
Así habrá que aceptarlo, sin mistificaciones ni sensacionalismos: no muy agraciado físicamente, soldado lisiado en Lepanto, cautivo en Argel y, sencillamente, autor del Quijote.
El "comúnmente" llamado Miguel de Cervantes Saavedra fue bautizado, el 9 de octubre de 1547, en la iglesia parroquial de Santa María la Mayor, de Alcalá de Henares, lo que aclara su «patria chica» y, unido a su nombre, permite aventurar el 29 de septiembre, día de San Miguel, como posible fecha de nacimiento. Era el cuarto hijo de los seis que tuvo el matrimonio Rodrigo de Cervantes y Leonor de Cortinas, sin más posibles que el oficio de «médico cirujano» -entiéndase practicante o barbero- del padre, a todas luces insuficiente para sustentar con holgura tan pesada carga, máxime cuando el abuelo paterno, el licenciado Juan de Cervantes, se había marchado a Córdoba, con amante y esclavo negro, dejando abandonada a su familia. Las estrecheces económicas, en las que sin duda se crió nuestro autor, forzaron a su padre a emprender un vagabundeo por Valladolid, Córdoba y Sevilla en busca de mejor suerte, nunca conseguida, sin que sepamos a ciencia cierta si su prole lo acompañó en sus viajes o no. Si lo hizo, Cervantes podría haber aprendido sus primeras letras en un colegio de la Compañía de Jesús de esas localidades, e incluso haberse aficionado al teatro -una vocación que no abandonaría jamás- bajo la tutela del padre Acevedo.