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El dar sentido al sin sentido es una tarea esencial tanto de psicoanalistas como de poetas, por ejemplo poniendo orden en el aparente caos del mundo interno. Esto significa: buscar el significado, e insistentemente preguntarte por él, justo ahí donde el “sentido común”, “la mente sana”, “la razón”, es decir, el pensamiento convencional, tropiezan con sus propios límites. Estas cuestiones se plantean para poder reconocer, tras el fenómeno de lo que parece una locura, su profunda estructura de significado. Cuanto más se acerquen a la verdad del alma y de forma precisa presenten las conexiones escondidas del significado, de modo que el lector o el que lo escucha puedan percibirlas, más grande es el escritor y mejor es el analista. A lo que escribe el poeta el analista le da una estructura teórica. Don Quijote dice: “Las historias fingidas tanto tienen de buenas y de deleitables cuanto se llegan a la verdad o la semejanza della, y las verdaderas, tanto son mejores cuanto son más verdaderas” Esto es, por lo tanto, una cuestión acerca de la verdad. “Que puesto que aquello sea ficción poética tiene en sí encerrados secretos morales dignos de ser advertidos y entendidos e imitados” , cuenta Lotario a su alocado y “curioso impertinente” amigo Anselmo, en la primera de las novelas intercaladas en la obra
Sin embargo, esto nos pone inmediatamente en un terrible problema: ¿Hasta qué punto la verdad tiene permiso para ser contada? ¿Cuánto puede la verdad ser hablada en un estado donde la Iglesia tiene casi todo el poder y donde el estado, al servicio de la fe y el poder del aparato real, a duras penas reconoce algún derecho del individuo, y sólo hace que reforzar el derecho y la fuerza arbitraria del Rey y de las autoridades eclesiásticas con condenas a la hoguera o a la horca, y con expulsiones masivas de sus ciudadanos?
La verdad sólo puede ser contada indirectamente, con desplazamientos y transformaciones, las distorsiones y embellecimientos que nosotros conocemos de las fantasías