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Grotescamente resumido, las ideas de la ilustración o del siglo de las luces habían puesto en tela de juicio el origen divino del poder de los reyes, y habían propuesto sistemas alternativos al régimen absolutista, como es el caso de Montesquiu, que en su obra "Espíritu de las leyes" critica a la monarquia absoluta, y afirma que el gobierno debe dividirse en tres poderes: Poder Ejecutivo, Poder Legislativo, Poder Judicial, todos ellos regidos por una Constitución que apele por los derechos y obligaciones de los ciudadanos. Voltaire, rechaza la idea "divina" del poder de los reyes, y expresa que todo aquel que cometa un delito debe ser juzgado y contar con una defensa, expresando así su desagrado ante la tortura y las encarcelaciones arbitrarias de la época. Luego tenemos a Rousseu, que siembra la idea de que solo de la voluntad de los pueblos pueden surgir las leyes y la soberanía. Desde su punto de vista, la llave del Estado es un compromiso entre el pueblo y sus gobernantes, o como él lo nombra, "El Contrato Social". Si el gobernante no cumple con las expectativas o deseos del pueblo este tiene el derecho de cambiarlo, implementando así la idea de que el poder reside en el pueblo, y que los gobiernos no son más que sus representantes. Se viene abajo de esa forma el concepto de divinidad y superioridad, y es reemplazado por la premisa de que todos somos iguales.
Por lo tanto se podría decir que las ideas de la ilustración fueron fundamentales para la revolución francesa, ya que ellas abrieron la mente del pueblo a un realidad que hasta entonces no era ni siquiera imaginaria. Ellos no eran inferiores a sus soberanos, ni debían ser esclavos de su religión, la ilustración implantó la idea de que podían elegir, y por medio de esa elección no solo se les fue iluminada su libertad de pensamiento y acciones, sino que también se les fue iluminado el poder que tenían sobre sus vidas.
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