Respuestas
Respuesta:Hay personas, y yo soy una de ellas, que piensan
que la cosa más práctica e importante en el
hombre es su punto de vista acerca del universo.
Gilbert Keith Chesterton
Introducción
La dificultad de hablar de la cultura política es anterior a esta categoría, y tiene su origen en la dificultad de alcanzar un consenso en torno a qué cosa sea la cultura. Moles nos recuerda que hay unas doscientas cincuenta definiciones de cultura (MOLES: 1967), lo cual da cuenta de los problemas que plantea el intento de alcanzar de manera unívoca el concepto anunciado en el título del artículo.
Como lo que nos interesa es decir algo sobre la cultura política, zanjaremos la cuestión de qué cosa sea la cultura partiendo del enfoque psicosocial: la cultura es la capacidad humana, en constante evolución, de interpretar y cambiar el entorno, adaptándose a él, en una praxis constitutiva de nuevos modos de realidad.
Los ciudadanos entramos en contacto con la cultura fundamentalmente por dos vías: la educación y el flujo de mensajes que nos llegan desde los medios de comunicación social. En la época humanista, los estudios proponían un esquema del universo de las ideas y de los conocimientos, que luego el individuo volvía a encontrar en el mundo adulto. Pero eso ha dejado de ser así, y hoy no existe una relación directa entre ellos (MOLES: 1967, 31), sobre todo desde la irrupción de la televisión.
La cultura, la despensa y la política
Bell reconoce que la cultura se ha convertido en el componente más dinámico de nuestra civilización, en un impulso en el que la idea del cambio y de la novedad llevaron a la búsqueda de lo nuevo. Bell escribe que la idea de una o varias elites que conducen la vanguardia indica que el arte y la cultura modernos nunca se permitirían servir como reflejos de una estructura social subyacente -como afirmaría el marxismo-, sino que iniciarán la marcha hacia algo nuevo. Y esa idea misma de avanzada, una vez que se ha visto legitimada, sirve para institucionalizar la primacía de la cultura en los campos de las costumbres, de la moral y, en última instancia, también de la política.
Si Marx observaba que el modo de producción condicionaba el resto de las dimensiones de una sociedad, y la cultura, como ideología, reflejaba una subestructura y no podía ser autónoma, Belll encuentra sorprendente lo que pasaba en los Estados Unidos: la radical separación entre la estructura social -el orden técnico-económico- y la cultura. Si la estructura social seguía regida por un principio económico definido en términos de eficiencia y racionalidad funcional, la cultura se había vuelto pródiga, promiscua, dominada por un humor anti-racional, anti-intelectual, en el que el yo empezaba a ser considerado la piedra de toque de los juicios culturales, y el efecto sobre el yo era la medida del valor estético de la experiencia.
La estructura del carácter heredada del siglo XIX, con su exaltación de la autodisciplina, la gratificación postergada y las restricciones, seguía respondiendo a las exigencias de la estructura tecno-económica, pero chocaba violentamente con la cultura, donde aquellos valores burgueses empezaban a rechazarse, paradójicamente, en parte por la acción del mismo sistema económico capitalista y su incitación al consumo y a la vida hedonista.
El hedonismo se había convertido en la justificación cultural, si no moral, del capitalismo. Y en el "ethos" liberal que ahora prevalece, el impulso modernista, con su justificación ideológica de la satisfacción del impulso como modelo de conducta, se ha convertido en el modelo de la ¿imago? cultural. Aquí reside la contradicción cultural del capitalismo. En esto ha terminado el doble vínculo de la modernidad (Bell: 1977, 33).