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Tlatelolco formó parte de la isla que albergó a Tenochtitlan, estuvo ubicada en la costa occidental que daba al Lago de Texcoco y fue fundada en 1338. Su tianguis era el corazón de un hormiguero multiétnico, un centro de reunión e intercambio cultural al que comerciantes -conocidos como pochtecas- provenientes de toda la geografía mesoamericana, acudían a vender sus mercancías, así como a comunicar noticias recogidas durante sus largos trayectos, incluida la información militar.
Los compradores estaban constituidos por todas las clases sociales y no raras veces se dirigían exclusivamente a comer, a reunirse con alguien, a pasear, mirar o buscar pareja. Los productos más apreciados en los intercambios fueron los textiles lujosos, mientras que en la compra-venta, las monedas de cambio privilegiadas fueron el cacao, las hachuelas de cobre y los canutos de oro en polvo.
Las negociaciones estuvieron mediadas por leyes comerciales verificadas por tribunales establecidos entre los vendedores, con la finalidad de impartir justicia. Todo bajo la creencia compartida en una deidad comercial denominada Yacatecuhtli.
Los productos llegaban en canoas, que trasportaban centenares de flores y frutos que debieron ser similares a los jardines flotantes; también las hubo destinadas a llevar las vestimentas, como mantas, huipiles, zarapes, pieles de venado, jaguar o jabalí y las cactil, que eran sandalias exclusivas de las jerarquías más altas. Lo mismo que las balsas relucientes que movían joyerías y ornamentos confeccionados en jade, lapizlazuli, nácar, oro y plata.
En ese llevar y traer, las mercancías eran múltiples, como el fogón, la masa dorada para las tortillas, el atole matizado por la miel, la vainilla, el amaranto, las semillas de calabaza y el chile. Se comerciaban las carnes de conejo, venado, iguana, jabalí, mono, ardilla, guajolote, zarigüeya, comadreja, topo, diversas variedades de serpientes, ranas, sapos, gusanos de maguey, hormigas, chapulines, jumiles, parásitos de vegetales y perros xoloxcuintles.
Procedentes de ríos y lagos arribaban una amplia gama de pescados, camarones, caracoles, salamandras, algas, ostiones, huevas de pescado, tortugas y mosca de agua. También podía adquirirse entre sus pasillos fuerza de trabajo. Por el vértigo de este mercado, Alfonso Reyes alguna vez dijo que la impresión que provocó este paisaje entre los españoles fue el equivalente a una visión onírica, el sueño inquietante del intercambio y el deseo.
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