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La transformación con la repoblación es profunda, por cuanto hay un cambio de propiedad y morador; pero en lo material, las fincas en gran parte siguen con su misma estructura; en lo urbano, las necesidades y costumbres de los castellanos irán introduciendo paulatinamente novedades y reformas hasta borrar lo antiguo. Con dicha renovación que sufre Andalucía en el siglo XIII los castellanos hacen de ella una prolongación de Castilla con su sangre, su lengua, sus creencias, su economía, su derecho, su indumentaria, su arte y sus costumbres. Mientras que los musulmanes desplazados que no pasaron al norte de África se refugiaron en su mayoría en el reino de Granada, el cual, de esa forma, creció rápidamente en volumen, poderío y cultura.
Para el estudio de la repoblación de Andalucía hay que afrontar su estudio con una documentación histórica muy deficiente. Para centrarnos en el estudio del aspecto demográfico de los repobladores, habría que evitar abordar el análisis de la repoblación de la Andalucía Bética en el siglo XIII como el resultado de un crecimiento demográfico previo producido en la “retaguardia” castellano-leonesa, es decir, como un trasvase de población por excedentes de población de una regiones a otras como había sucedido en siglos anteriores en determinadas áreas del norte peninsular.
Un tema de gran interés es la procedencia de los repobladores. Para ello nos interesa conocer cuál era el lugar de origen mediante el estudio de las fuentes existentes. Los textos que nos informan sobre las primeras repoblaciones no tenían el objetivo de informarnos directamente de la procedencia de los mismos, sino sólo registrar sus nombres, lugar de asentamiento y su condición socio-militar.
Para determinar la procedencia de los pobladores, tal vez la única forma sea el análisis de los apellidos, como llamó la atención el profesor Julio González. En un mundo de “recién llegados”, necesitaron recurrir en muchas ocasiones al topónimo para distinguirse del resto de sus vecinos, aunque no era lo habitual en Andalucía salvo en ocasiones. En general, la mayoría de los campesinos y soldados que se establecieron de manera permanente en los lugares conquistados debieron proceder de las regiones que conformaban los reinos de Castilla y León. Para ello, la única garantía documental nos la dan los libros de repartimiento, que en pocas localidades se conservan. Parece que de los resultados obtenidos se podría extender a nivel de Andalucía, al menos como hipótesis.
Por ejemplo, nos centraremos en dos localidades gaditanas cuyos libros de repartimiento permiten reconstruir con bastante verosimilitud la procedencia de los repobladores. Para el análisis de los apellidos es necesario un muestreo suficientemente representativo, como es el caso de Jerez y Vejer de la Frontera, de cuyos repartimientos se ha llevado a cabo un lento y minucioso estudio para distinguir la procedencia, y a la vez distinguir los simples beneficiarios de casas y tierras, de los pobladores propiamente dicho. Cabría destacar los datos del caso jerezano por ser las conclusiones más seguras: el 52% de los repobladores con apellidos toponímicos, cuyos inmigrantes procedería más del 50% del Reino de Castilla, más del 25 % del Reino de León, y así de la Corona de Aragón, de Navarra, de Portugal y de otras naciones en menor proporción, respectivamente.
En la primera repoblación de Andalucía se produjo un relativo fracaso por distintos motivos. En primer lugar, no todos los que acudieron a esta región se establecieron finalmente, ya que hubo quienes vendieron sus propiedades para hacer negocio, y debido a que tenían su centro de actividades principales y su residencia en muchos casos en tierras castellanas o leonesas. Por otro lado, en tiempos de Alfonso X se encuentra en la documentación la importancia de entregar los heredamientos a buenos repobladores, en el caso de Sevilla en 1263. Para ello mandó ordenar una encuesta para averiguar cuántas casas estaban pobladas, cuántas habían sido abandonadas y cuántas habían sido vendidas sin autorización expresa del rey. No obstante, la deserción de los repobladores fue una constante que sufrió un duro contratiempo ante la revuelta mudéjar de 1264 que debió retraer el flujo migratorio.
Hacia 1270 se puede apreciar la crisis de la repoblación andaluza debido a los siguientes motivos: la carestía de la vida en Andalucía (donde un peón de campo recibía el doble de sueldo que en Toledo), los problemas políticos derivados del enfrentamiento entre Alfonso X y el infante don Sancho, su hijo, y la amenaza constante de benimerines y granadinos que sometieron la región a saqueos y asedios constantes entre 1275 y 1285.
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