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En las comunidades religiosas de hoy, el canto es casi universalmente acompañado con piano u órgano, y también con guitarra u otros instrumentos musicales. De hecho, muchas «iglesias» gastan enormes sumas de dinero para adquirir y mantener imponentes órganos, y contratan a un organista profesional, junto con un director de música. Estas «iglesias» entienden que la música tiene poder para atraer y sostener una audiencia, independientemente de que sean salvos o no, y de que sean espiritualmente alimentados o no. Pocos de nosotros negaríamos que nos gusta oír cantar nuestros himnos favoritos por coros de cientos de voces, acompañados con esos magníficos instrumentos musicales. Ninguna cinta o CD se vende comercialmente a la comunidad «cristiana» en general, sin acompañamiento musical.