Respuestas
La palomita (de José Iglesias de la Casa)
Una paloma blanca
como la nieve,
me ha picado en el alma;
mucho me duele.
Dulce paloma,
¿cómo pretendes
herir el alma
de quien te quiere?
Tu pico hermoso
brindó placeres,
pero en mi pecho
picó cual sierpe.
Pues dime, ingrata,
¿por qué pretendes
volverme males
dándote bienes?
¡Ay! nadie fíe
de aves aleves;
que á aquel que alhagan,
mucho más hieren.
Una paloma blanca
como la nieve,
me ha picado en el alma:
mucho me duele
Renunciando al amor y a la poesía lírica con motivo de la muerte de Filis (de José Cadalso)
Mientras vivió la dulce prenda mía,
Amor, sonoros versos me inspiraste;
obedecí la ley que me dictaste,
y sus fuerzas me dio la poesía.
Mas ¡ay! que desde aquel aciago día
que me privó del bien que tú admiraste,
al punto sin imperio en mí te hallaste,
y hallé falta de ardor a mi Talía.
Pues no borra su ley la Parca dura,
a quien el mismo Jove no resiste,
olvido el Pindo y dejo la hermosura.
Y tú también de tu ambición desiste,
y junto a Filis tengan sepultura
tu flecha inútil y mi lira triste.
Oda XXXIV (de Juan Meléndez Valdés)
Con esa misma lumbre
que tus ojuelos miran,
me das a mí la muerte
y a tu paloma vida.
Tú amorosa la colmas
con ellos de alegría,
y el crudo Amor por ellos
saetas mil me tira.
Ella en cada mirada
ve, Fili, una caricia;
yo, los rigores solos
de tu esquivez altiva.
Así exclamo mil veces:
«¡Quién fuera palomita!
Trocara ante tus ojos
mis penas en delicias».
La abeja y el cuclillo (Fábula de Tomás de Iriarte)
Saliendo del colmenar,
dijo al cuclillo la abeja:
Calla, porque no me deja
tu ingrata voz trabajar.
No hay ave tan fastidiosa
en el cantar como tú:
¡cucú, cucú y más cucú,
y siempre una misma cosa!
¿Te cansa mi canto igual?
(el cuclillo respondió:)
Pues a fe que no hallo yo
variedad en tu panal;
y pues que del propio modo
fabricas uno que ciento,
si yo nada nuevo invento,
en ti es viejísimo todo.
A esto la abeja replica:
En obra de utilidad,
la falta de variedad
no es lo que más perjudica
pero en obra destinada
sólo al gusto y diversión,
si no es varia la invención,
todo lo demás es nada.
A unos amigos preguntones (de Félix María Samaniego)
Décimas
Para darme en qué entender,
ofrecéis a mi elección
tres bellas cosas que son
sueño, dinero o mujer.
Oíd, pues, mi parecer
en este ejemplillo suelto:
su madre a un niño resuelto
sopa o huevo le ofreció,
y el niño la respondió:
Madre, yo… todo revuelto.
Mas si acaso os empeñáis
en que de las tres escoja,
la dificultad es floja,
a verlo al momento vais.
Espero no me tengáis
por grosero, si a decir
me preparo, por cumplir,
la verdad sin fingimientos;
que dicen los mandamientos
el octavo, no mentir.
No será de mi elección
la mujer… porque, yo sé
que es ella de modo… que…
los hombres… pero, ¡chitón!,
la tengo veneración;
y por mí no han de saber
que para mejor perder
el diablo a Job su virtud,
le quitó hijos y salud
y le dejó la mujer.
Sueño, sólo he de querer
el preciso a mi persona,
porque a veces la abandona
cuando más lo ha menester.
Cosa es que no puedo ver,
de todo forma una queja,
por una pulga me deja;
se va y el por qué no sé;
y me enfada tanto, que
lo tengo entre ceja y ceja.
¡Oh dinero sin segundo,
resorte de tal portento
que pones en movimiento
esta máquina del mundo!
Por ti surca el mar profundo
en un palo el marinero;
por ti el valiente guerrero
busca el peligro mayor…
Pues, pese al de Fuenmayor,
yo te prefiero, dinero.