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Todo comenzó con una necesidad básica: el pan. A fin de obtener la harina para su elaboración, los pueblos de la antigüedad —como por ejemplo los israelitas— molían el grano en “molinos de mano” (Números 11:7, 8). Hacer girar manualmente una pesada piedra sobre otra era una ardua tarea. Con el tiempo se emplearon piedras aún más pesadas, ‘que un asno [u otra bestia de tiro] hacía girar’ (Mateo 18:6). Pero hasta esos molinos tenían sus inconvenientes.
El hombre había aprendido ya a aprovechar la energía del agua con la rueda hidráulica, y la del viento con el velero. Así que en alguna llanura árida de Asia o del Oriente Medio, posiblemente por el siglo VII E.C., se unieron los dos conceptos para lograr que el viento hiciera girar una piedra de molino. Las velas del nuevo invento impulsaban un eje vertical conectado, a su vez, a una piedra de molino.* Aquel primer mecanismo molía trigo y cebada, pero además extraía agua del suelo. ¡Qué cierto es que la necesidad es maestra en utilizar el ingenio!