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Pedro caminaba por la playa. Sus pies desnudos se hundían en las finas arenas blancas y a veces eran bañados por las espumas de las olas del caliente mar. En el horizonte se podían ver los veleros de hermosos colores que brillaban al sol de la tarde. Ese sol que ya tomaba un tinte rojo al acercarse al ocaso. Las sombras se hacían largas, pero aún eran nítidas. A lo lejos del otro lado se veían los edificios del pequeño pueblo de pescadores y las palmeras muy altas. El ruido del mar creciendo se oía con fuerza y las ganas de no abandonar el lugar era de la misma fuerza.
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