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Ciertamente de los dos últimos milenios, los que, además de devotas celebraciones de la eucaristía, también han acumulado disputas doctrinales, cismas, episodios de violencia, excomulgaciones, pronunciamientos papales y varios debates metafísicos, todos alrededor del tema de la comunión.
Podemos sin embargo remontarnos todavía más atrás, al desarrollo de las tradiciones orales que fueron fijadas en textos luego incorporados en el Nuevo Testamento. O preguntarnos sobre la histórica comida en la que se basan los diferentes textos sobre la última cena.
También es posible ir todavía más allá, mucho antes del surgimiento del cristianismo: después de todo, Jesús era judío, y el acto de compartir el pan con sus discípulos nos remite a la historia del pueblo judío, incluyendo su escape de Egipto y la entrega de la Torá en el Sinaí.
Pero podemos remontarnos más lejos todavía: cualquier comida religiosa es, antes que nada, una comida. Es un acto -el de compartir la mesa- que era un ritual importante en el antiguo Medio Oriente.
Y los sentimientos positivos de esta práctica -recogida luego en rituales como el Séder y la comunión- se pueden rastrear hasta el surgimiento de los humanos modernos, hace unos 200.000 años.