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Nos encontramos en un contexto de profundas trasformaciones sociales, lo que no asegura mayor desarrollo a escala humana. La población acusa descontento por una democracia regular, instituciones escasamente valoradas y una violenta desigualdad social que reproduce prácticas discriminatorias en todos los sectores de la estructura social. A la llamada “crisis de confianza” se agrega la creciente baja participación ciudadana en procesos electorales y la presencia de los llamados “temas emergentes”, que no son más que problemáticas sociales antiguas como la pobreza, medida multidimensionalmente y visibilizada como una grave vulneración, que no cuenta con el reconocimiento de derechos asociados a ella a nivel constitucional. Es que el discurso de los Derechos Humanos en este contexto de demandas sociales, ha dejado de ser tema exclusivo de las víctimas de violencia política por parte del Estado en el período de dictadura, aunque aún son muchos los asuntos pendientes por reparar. Hemos observado en democracia el impacto segregador de políticas públicas, como la construcción de barrios en las periferias de las ciudades, interrumpiendo relaciones entre las personas y sus redes de apoyo favoreciendo la exclusión. Comprendemos, entonces, que las prácticas abusivas no se producen solamente en algunos períodos históricos o hacia grupos sociales estigmatizados con vulneraciones sistemáticas a través de la historia como lo son los pueblos originarios.
Constatamos que en nuestras relaciones cotidianas ejercemos violencia a causa del género, edad, identidad sexual, poder económico, y que en algunas cárceles o en la vía pública actualmente también puede ocurrir la tortura o formas de esclavitud en historias de niños y niñas explotados sexualmente por adultos.
Las transformaciones sociales orientadas a la universalización del derecho y a ejercer los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales quizás sea difícil de plasmar en las dinámicas de una sociedad como la nuestra, marcada por un modelo de desarrollo competitivo que ha mercantilizado la vida humana y que se nutre más de regulaciones legales indignas que de las convenciones sociales basadas en el respeto, la cohesión comunitaria y la justicia social. Queda un largo camino por recorrer de reconocimiento de derechos tan básicos como el acceso al agua, hasta los medioambientales más complejos; desde la inclusión real de las personas con discapacidad hasta la visibilización de otros grupos vulnerables como los inmigrantes.
Los avances significativos en las demandas sociales generadas por la conciencia de la ciudadanía , el conocimiento de las garantías establecidas en tratados internacionales y de la exigencia hacia los distintos garantes, seguramente evitarán algunos de los errores cometidos en el pasado que establecieron condiciones para la vulneración de los derechos fundamentales, sin embargo el pleno ejercicio de los Derechos Humanos, solo sucederá si en acciones colectivas y comunitarias somos capaces de llevarlos a la práctica y vivenciarlos en nuestras relaciones cotidianas y en todos los niveles de decisión expresados en el reconocimiento de la dignidad humana, la equidad, la solidaridad y la profundización de la democracia como la finalidad última de todo proceso de transformación social.