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Las montañas han sido, y son, un elemento sagrado central de muchas religiones y creencias.[11] Para muchas, el aspecto más simbólico es la cumbre de la montaña porque se identifica como lo más cercano al Cielo,[12] en particular donde residen los dioses y los espíritus —como en el monte Olimpo en la mitología griega[13]— o en donde los santos y profetas encontraron a Dios y se consagraron a su obra[11][14] —como Moisés en el monte Sinaí en el judaísmo,[15] o especialmente Jesús en el monte Tabor o Mahoma en Jebel El Nour—. A veces la montaña se considera el eje del mundo,[12] como el monte Meru —a menudo identificado con el monte Kailash en el budismo, el jainismo y el hinduismo—, que hace de él la residencia de Shiva.[16] En algunos casos, la montaña sagrada es puramente mítica, como el Hara Berezaiti en el zoroastrismo. Los volcanes, como el monte Etna en Italia, también se consideraron sagrados, bien como hogar de dioses —el Etna era el hogar de Vulcano, el dios romano del fuego y la fragua— o bien como puertas de entrada al Inframundo. Las montañas han inspirado durante mucho tiempo miedo a los seres humanos y siguieron siendo en gran parte desconocidas hasta los primeros estudios científicos serios en el siglo XVIII. A partir de ese momento, su representación artística se volvió más realista. En las zonas aisladas y vírgenes, la explotación maderera y minera supuso la apertura de pistas forestales y caminos y, a finales del siglo XIX, fueron el corazón del desarrollo de la energía hidroeléctrica. La llegada del ferrocarril, que logró atravesar las cordilleras más difíciles y que garantizaba las conexiones hasta en los inviernos más duros, supuso la gradual ocupación de las zonas más propicias. Después, fueron objeto de conquistas con el advenimiento del alpinismo y la fundación de los clubes de montaña. La moda de la estancias en sanatorios de montaña y del hidrotermalismo, llevó a las montañas a las élites y, ya en el siglo XX, con accesos más fáciles, a la afluencia masiva con el establecimiento de las estaciones dedicadas principalmente a los deportes de invierno —que a menudo alteraron los paisajes montañosos de las regiones templadas—. Hoy día la montaña está muy ligada al ocio y a la práctica del deporte, siendo los más comunes el montañismo, la escalada, el trail running, el barranquismo y el esquí, aunque también son habituales los deportes de motor, como las subidas o campeonatos de montaña y muchos recientes deportes de aventura, prácticas que acercan al hombre a la naturaleza menos alterada.