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Preocupación de Sócrates: el diálogo con los sofistas de su época y el enigma planteado por el oráculo de Delfos a su amigo Querofonte. De Sócrates no conservamos nada escrito por él mismo, pero su pensamiento ha quedado plasmado en parte de las obras de sus discípulos, especialmente como protagonista de los diálogos de Platón.
Punto de partida: descubrir que a todo hombre preocupan el bien y la verdad; que toda acción es también un discurso sobre la vida buena y verdadera; que el diálogo es la herramienta para encontrar la verdad y el bien (sabios, poetas y artesanos); que hay que evitar tanto la ignorancia como la ingenuidad. ¿Cuál es la excelencia de la persona? (Metáfora del artesano de zapatos: dice que sabe y saber hacer zapatos realmente)
Sócrates se muestra incapaz de encontrar la verdad (“Sólo sé que no sé nada”). Todo su arte se limita a reconocer qué otra persona sería a la larga capaz de esa hazaña, siempre y cuando él, Sócrates, le formulase las preguntas más adecuadas (hijo de partera). Esta es la gran enseñanza de Sócrates: la pregunta. La filosofía es antes pregunta aguda que respuesta para tapar la boca a los demás.
Todos los hombres hablamos suponiendo que hay cosas buenas y malas, importantes y desdeñables, en todos los órdenes de la vida. Y hablamos como si supiésemos cuáles son las buenas e importantes. Además, no solo hablamos sino que nos comportamos como quienes realmente saben, ya que cada acción nuestra es una afirmación rotunda. Luego toda persona cree en infinidad de verdades.
En la persona existe además la capacidad, en función de su libertad, de actuar y decir de manera diferente hasta lo dicho y actuado entonces. Todos podríamos, dicen, habernos detenido un poco más a examinar lo que es realmente verdadero y bueno. La pregunta de Sócrates busca este momento especial: la distancia frente a las creencias generales en la que es posible la reflexión sobre la verdad. Y esto porque creemos que no da igual cómo vivamos. Esto quiere decir, en filosofía socrática, que toda persona es un “ser intermedio” y “libre”: en cada palabra y acción nos encontramos ante el problema de lo bueno y de lo verdadero frente a lo malo y la mentira; y toda palabra y acción es una creencia.
El experto, el verdadero sabio, es quien realmente sabe y puede realizar obras excelentes que lo acrediten como tal. Hay expertos en hacer zapatos y hay expertos en hacer comida. ¿Los hay en las cosas más humanas? ¿Hay expertos en hacer hombres buenos? Éste es el único importante, y los sofistas se presentan como los que realmente saben, quizá sin conciencia de esto. Frente a ellos Sócrates es el único que se declara no experto, y por tanto pregunta buscando lo que por él mismo no es capaz de encontrar: la ciencia del bien pleno del hombre. Vivir con coherencia esto supone situarse siempre “a distancia”, “como ser intermedio”; no como sabios, sino como buscadores de sabiduría, como filósofos. Por esto quien ignora que ignora es infinitamente más ignorante que quien sabe que ignora. Los que ignoran que ignoran “creen que”, sólo tienen opinión, les ha parecido que…; en el fondo han cambiado el bien real por el aparente.
El ser auténtico del hombre es el conjunto de las opiniones que tiene como verdaderas, en la medida en que ellas presiden sus actos. Ellas son sus actos más profundos. Con esta perspectiva, la vida se convierte en diálogo, cruce de opiniones; esta es la definición más exacta de sociedad, según Sócrates