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Este teatro que ha ocupado los escenarios en el transcurso del siglo XX y continúa pujante en el arranque del XXI, lo denomina Lehmann en su libro, traducido al inglés y francés pero no al español, dramático, en contraste con el posdramático. Este calificativo, quizás excesivamente amplio y por ende superficial, resulta discutible y discutido, sobre todo en Francia, porque cobija bajo la sombra de esta denominación formas muy variadas de hacer teatro, solo unidas por una nueva ruptura con la escritura dramática del pasado siglo. El teatro posdramático finiquita la ilusión del espectador, que considera real cuanto ocurre sobre la escena, y propone, como ya lo demandaran Meyerhold y Brecht, la percepción de la escena como espacio lúdico, donde el artificio y el proceso artístico se muestren como tal, sin pretensiones imitativas. La discusión que encierra el calificativo posdramático son dos: qué propuestas de este tipo se han producido desde la segunda década del siglo XX —no solo desde los años setenta—, bien es verdad que con menor profusión que en la actualidad; y, en segundo lugar, que la acepción posdramática encierra una pluralidad de estilos, desde el simbolismo al ya periclitado happening, que merecen ser deslindados.
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