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La necesidad del sacrificio de dioses y de hombres parece impregnar el pensamiento mexica, lo que se refleja en varios de sus mitos. Uno de ellos cuenta que un ser primigenio fue partido en dos para crear el cielo y la Tierra. De Tlaltecuhtli, la diosa-Tierra, surgieron los alimentos y otros elementos, pero la diosa lloraba y se lamentaba porque deseaba comer corazones de hombres y no quería dar sus frutos si no era regada con su sangre.
También en el mito del nacimiento del Sol y la Luna aparece la necesidad del sacrificio. Primero, Nanahuatzin y Teccistécatl se tienen que inmolar en la hoguera para nacer como estos astros y, posteriormente, al aparecer el Sol, éste se rehúsa a moverse por el firmamento hasta que sean sacrificados los demás dioses.
En otro mito se relata que los dioses crearon a 400 hombres con el fin de que hicieran la guerra y dieran de comer al Sol, pero en lugar de hacer esto se dedicaron a cazar y no cumplieron su misión, por lo que fueron creados otros cinco dioses que sí hicieron la guerra y mataron a los primeros 400, alimentando así al Sol y a la Tierra.
En un texto posterior en náhuatl del cronista indígena Cristóbal del Castillo se relata que el dios Tetzauhtéotl estableció un pacto con Huítzitl, entonces guía de los mexicas y posteriormente deificado y convertido en Huitzilopochtli, en el que se les impuso una serie de condiciones a cambio de riqueza y poder y de llevarlos a una tierra en donde gobernarían ellos y sus descendientes. Entre estas condiciones hay varias que explican la conducta guerrera de los mexicas:
Primera cosa: aquello que recibiréis en vuestro interior será la calidad de las águilas, la calidad de los ocelotes, el agua divina y la hoguera, la flecha y la rodela. De eso iréis viviendo (de eso obtendréis) lo necesario, pues iréis provocando mucho espanto (y) el pago de vuestros pechos y de vuestros corazones será que iréis conquistando, iréis atacando y arrasando a todos los maceguales, los pobladores que ya están allá, en todos los lugares por los que pasaréis.
Y a vuestros prisioneros de guerra, a los que haréis cautivos, les abriréis el pecho sobre la piedra de sacrificio, con el pedernal de un cuchillo de obsidiana. Y haréis ofrenda de sus corazones hacia el (sol de) movimiento cuando se prenda, se muestre su resplandor en el cielo al salir por el sur. Entonces lo iréis a encontrar y hacia él elevaréis la ofrenda (de sus corazones), y la de la sangre. Y cuando así lo hayáis hecho, enseguida [lo haréis) para mí, y después para Tláloc y para todos los dioses mis amigos, que ya conocéis. Y comeréis su carne, sin sal, sólo pondréis muy poca en una olla donde se cuece el maíz para comerla (Del Castillo, 1950, pp. 83 ).
La religión y los ritos tenían una importancia fundamental en la vida del pueblo mexica y entre éstos destaca el sacrificio humano, la ofrenda máxima que se podía hacer a los dioses. Los informantes de Sahagún, en el Códice Matritense, describen en náhuatl varias tlamamanaliztli, "ofrendas", para los dioses y otras acciones rituales (León-Portilla, 1992). Entre éstas se encuentran la tlamiquiliztli, '·muerte sacrificial de un ser humano", la tlatlatlaqualiliztli, “dar de comer a los dioses”, el tlamamanaliztli , "raya miento" o sacrificio gladiatorio, el zacapanemanaliztli, "coloca miento de gente sobre el zacate" (a quienes se colocaba era a los xixipeme, hombres que se vestían con las pieles de los desollados); también se llevaban a cabo diferentes formas de autosacrificio y otras acciones rituales. Así se describe el tlatlatlaqualiliztli:
Así daban de comer (a los dioses): cuando habían abierto el pecho al esclavo o al cautivo, enseguida tomaban de su sangre en una escudilla y arrojaban un papel allí que chupara la sangre.