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Hay un poema escrito por el Profesor Cirilo Pitalúa Cobos, en Orizaba, hacia el año 1970, que se titula “Maestro ‘Héroe sin Gloria’” cuyos primeros versos dicen “Maestro, no eres culpable de que en tu noble profesión abunden impostores, la culpa en todo caso es del Sistema y sus errores, desde el momento mismo en que habilita falsos profesores, que medran frente a un grupo de pequeños, asesinando sus conciencias y sus sueños. ¿Maestro, dónde está el monumento que el pueblo y el gobierno en tu honor han levantado? ¿Dónde? ¿Dónde está el monumento? Si fueras militar y trajeras un fusil colgado al hombro te darían mil medallas por cada ser humano asesinado…”
Este poema lo traigo a cuento no porque quiera hacerle una mala pasada a ciertas autoridades, sino porque está escrito en la programación de una fiesta celebrada por los profesores normalistas egresados de la Benemérita Escuela Normal Veracruzana en 1963, la generación “Diamantes”, a la cual pertenece mi esposa. Eso me confirió el privilegio de poder acompañarlos en su hermosa fiesta, ayer sábado 7 de diciembre. La fiesta inició, tras las palabras protocolarias de rigor y las luces de bengala, con los bellos acordes y los ritmos candentes de la orquesta de Carlos Campos, que nos hicieron vibrar de emoción: la sección de metales tocando acordes mayores con sexta añadida que nos hicieron sentir emociones de película. De película de Tin Tan u otro filme mexicano de los años cincuenta, pero, finalmente, de película. De aquella época de oro, de cuando la Revolución Mexicana “se bajó del caballo y se subió al Cadillac”, como decía el caricaturista Rius. Pues, tras la paz de 1917 y el nacimiento de la SEP, gracias al genial José Vasconcelos apoyado por el Gral. Álvaro Obregón, y, finalmente, tras la expropiación petrolera y primeros gobiernos civiles (Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán, Adolfo Ruíz Cortínez y Adolfo López Mateos), México ingresó a la modernidad y a una época de bastante auge económico. Si bien nunca se erradicó la pobreza, sin duda la calidad de vida de aquellos momentos era mucho mejor para la mayoría (en materia de bienestar económico-social) que la de los gobiernos posteriores a López Mateos. El cine mexicano era bastante exitoso y taquillero, los artistas mexicanos cuya obra surgió en periodo 1924-1963 ganó reconocimiento internacional y a menudo es considerada, junto al arte prehispánico, como lo mejor que han producido los artistas de estas latitudes geográficas, pasando de los nacionalistas como Agustín Yáñez, Diego Rivera, Frida Kahlo, David Alfaro Siqueiros, Carlos Chávez, Silvestre y José Revueltas, hasta los vanguardistas-cosmopolitas de los cincuentas y principios de los sesenta: RufinoTamayo, Vicente Rojo, Manuel Enríquez, etc., etcétera. Tal vez mi alegría al oír la música de Carlos Campos es que me remite a mi infancia, al Distrito Federal de 1956, y a la Xalapa de 1962, y, por consiguiente, tanto a imágenes vivenciales como a las proyectadas por el celuloide. Volviendo a la fiesta de los “Diamantes”, la Orquesta Municipal de Xalapa dirigida por el joven Rubén Valdivia alternó exitosamente no sólo con la orquesta de Carlos Campos, que es un clásico en su género, sino con el cantante Carlos Cuevas. El caso es que aquello fue una orgía de ritmos y sonidos candentes: ora la orquesta de Carlos Campos con sus temas clásicos, ora con un arreglo del intermezzo de Ponce. Si algo ha caracterizado a esta orquesta es tomar temas provenientes de la antiguamente llamada música de concierto tales como la obertura de El Barbero de Sevilla o un pasaje de alguna ópera de Verdi, hasta danzones y chachachás con toda la barba. La Orquesta Municipal de Xalapa se lanzó de lleno a tocar varios de los más candentes mambos popularizados por Pérez Prado, remitiéndome otra vez al D.F. de los ‘40s-‘50s. Muy bien esta joven orquesta. Todos los que estaban en mi mesa preguntaban ¿Quiénes son? ¡Tocan muy bien! Tras estas brillantes orquestas, tocó el turno a Carlos Cuevas, nacido en 1961, quien cantó vibrantes boleros y canciones antes popularizadas por Víctor Iturbe Pirulí y otras compuestas por los inmortales Armando Manzanero, Juan Gabriel y Roberto Cantoral, acercándome más en el tiempo y remontándome a las décadas de los setenta y los ochenta. Tal vez ya estoy viejo y por eso pienso que fueron mejores los tiempos pasados. In illo tempore...