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La primera crítica parte de un error introducido por la terminología: democracia significa literalmente "poder del pueblo". Pero eso es un imposible, porque entonces el poder no se ejercería sobre nadie, ya que el pueblo engloba a todos los habitantes de una nación; y porque no existe un pueblo unánime –salvo en las fantasías utópicas–, sino muchas tendencias dentro de cada uno. De hecho, en todos los regímenes estables el poder lo ejerce una persona apoyada por una oligarquía, y lo ejerce sobre el pueblo. Lo que distingue a la democracia no es ese imposible poder popular, sino la limitación del poder en un plano temporal (elecciones sucesivas) y estructural (libertades, división de poderes). A eso llamamos democracia, con palabra un tanto inadecuada, quizá habría que buscar otra. Y por tanto democracia y liberalismo desarrollado vienen a ser sinónimos (existe un primer liberalismo no del todo democrático, es decir, sin sufragio universal; pero por su propia dinámica esta doctrina conduce a él).
origen
La palabra griega "democracia" ("el poder del pueblo") fue inventada por los atenienses para definir un sistema de gobierno de la ciudad en el cual las decisiones eran tomadas por la asamblea de ciudadanos (los ciudadanos no eran ni mujeres ni esclavos ni extranjeros) y no por un rey o emperador como en otras ciudades o imperios de la antigüedad. Sin embargo, la mayor parte de la población de Atenas estaba integrada por esclavos. Por esta razón la democracia ateniense tiene pocas similitudes con la democracia moderna, vinculada a la abolición de la esclavitud y a los derechos humanos. Democracia es una palabra de origen griego que fue acuñada por los atenienses para referirse a su forma de gobierno, instaurada en los últimos años del siglo VI a.C.
Aunque siempre es difícil averiguar el momento exacto en que una palabra empieza a usarse, el término aparece en Heródoto, un historiador y geógrafo del siglo V a.C. como el nombre de una forma de gobierno ya entonces objeto de debate. En su etimología, significa gobierno “del pueblo” o “popular”.
La democracia ateniense estaba basada en la selección de representantes por sorteo y las decisiones en otros casos por mayoría. La asamblea estaba compuesta por todos los ciudadanos varones de Atenas y votaba en forma directa. Los electos no tomaban las decisiones; los atenienses consideraban que dar el poder de tomar decisiones a los representantes electos era al pueblo, convirtiendo el estado en una oligarquía. La democracia significaba (y para algunos aún significa) la igualdad ante las decisiones y ante la elección de decisiones y no la elección de personas encargadas de decidir (ver democracia representativa). Existían pocos mecanismos de control del poder de la asamblea o límites al mismo, con la excepción llamada graphe paranomon (también votada por la asamblea), que hacía ilegal aprobar una ley que era contraria a otra.
Una de las razones por las que este sistema era viable era la pequeña población de Atenas si se compara con los estados actuales —unos 300 000 habitantes—. Además, existían rígidas restricciones sobre quiénes tenían derecho a participar como ciudadanos, porque solo se le podía llamar ciudadano al que vivía en Esparta o en Atenas, que excluían a más de la mitad de la población total. Los derechos de ciudadanía se limitaban a los ciudadanos varones, adultos, libres (no esclavos), nativos de Atenas. En consecuencia, las mujeres, niños, esclavos y extranjeros —grupos que constituían la mayoría de la población de la ciudad— no tenían derecho a participar en la asamblea, y la mayoría de la población no tenía otro modo de acceder a esos derechos que agnarse a una familia que tuviera derechos.
Durante la edad dorada de la Atenas clásica, en el siglo V a. C., en el que fue la ciudad-estado hegemónica en la Hélade, los atenienses promovían la democracia en el exterior. Ello condujo a la adopción de formas de gobierno democráticas o quasi-democráticas en varias ciudades aliadas o dependientes de Atenas. Sin embargo, el siglo V a. C. vio la división del mundo griego a causa de las guerras del Peloponeso, en las que Atenas se enfrentó a una liga de ciudades dirigida por Esparta, que resultó vencedora y la democracia fue abolida en todas las polis griegas. Aunque los atenienses restauraron su democracia en menos de un año, no se encontraban ya en situación de promoverla en el exterior y la democracia comenzó a declinar.