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Tienen en común que apelan a los sentidos del receptor de la información pero poco a su inteligencia. Sus mensajes están dirigidos a la vista y al oído con grandes titulares de escándalo, fotografías de sensación, música o efectos de sonido impactantes y voces de escándalo. El resultado es un mensaje incompleto y superficial que niega a los lectores, oyentes o televidentes un conocimiento completo de los hechos, sea una catástrofe, un hecho criminal o un drama familiar. La diferencia está en los temas que abarca la denominación de crónica roja, más limitados que los comprendidos bajo el nombre de prensa amarilla. La crónica roja puede ser amarilla, pero no toda la prensa amarilla es necesariamente roja. En este caso se circunscribe a hechos de sangre, crímenes, matanzas y, a veces, asuntos judiciales, mientras pueden llamarse amarillos a los reportes de sensación sobre el divorcio de un famoso, o sobre el fracaso o éxito artístico, o sobre cualquier tema en cuyo tratamiento se prescinde de la inteligencia del lector y se responde sólo a su curiosidad. La denominación proviene de la práctica de un periódico que se hizo popular por los comentarios de las noticias que hacía un barbero amarillo, personaje de viñeta llamado Yellow Kid, publicado en lugar destacado y con una amplia aceptación entre los lectores. Ese suceso, a la vez publicitario y periodístico acabó por convertirse en el icono de un periodismo popular que, por su constante búsqueda del impacto, obedecía más al interés comercial que a la necesidad social de información de calidad. Tanto el periodismo llamado amarillo, o el de la crónica roja, o el periodismo rosa, son denominaciones para un periodismo que proporciona una información incompleta, superficial y motivada, principalmente, por el interés de lucro.
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