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Después de la guerra, los aliados están horrorizados al encontrar la evidencia de los crímenes sin precedentes de los nazis contra la humanidad. Ahora deben juzgar a quienes participaron, para evitar que algo así vuelva a suceder. El Juez Investigador SS Konrad Morgen describe su visita a Auschwitz para erradicar la corrupción entre los guardias allí, y pronto descubre evidencia de mala conducta en los altos cargos. El Comandante de Auschwitz, Rudolf Hoess sostiene que el estrés de la ampliación de las instalaciones de asesinato industrializado del campamento, lo llevo a mantener una relación oculta con una reclusa... hasta que su existencia se vuelve problemática. El Bacteriólogo Hans Munch se encuentra tratando de eludir el deber de la "selección" en Auschwitz, y al mismo tiempo debate la moralidad de la experimentación médica humana con Josef Mengele. A medida que la marea de la guerra se vuelve contra los nazis, Muench hace un último esfuerzo para salvar la vida de los prisioneros de los campos... y, tal vez, la suya propia.
Durante años, los campos de exterminio convirtieron en cenizas a más de un millón de bebés, niños, adolescentes, mujeres y hombres adultos, ancianos. Solo los fuertes vivieron en el horror, convertidos en esclavos, reducidos a un número tatuado en su antebrazo izquierdo.
Durante años, centenares de miles de personas pasaron de forma fugaz por la fábrica mortal. Murieron asesinadas en grandes baños de puertas herméticas, decorados con carteles que les recordaban que no olvidasen dónde dejaban su ropa. Era el escenario del teatro de la muerte: de las duchas solo emanaba gas cianuro.
Las cenizas humanas llovieron sobre los campos de la pequeña ciudad polaca de Oswiecim, Auschwitz en la lengua de sus conquistadores alemanes. Hasta este enero de 1945, cuando el ciclo mortal se interrumpe. Auschwitz, el orgullo de los campos de exterminio nazis, está a punto de ser liberado.
El 18 de enero, unos sesenta mil prisioneros son obligados a iniciar una marcha mortal al oeste. Dos días después, el teniente general de las SS Schmauser ordena la ejecución de los presos que no pueden moverse. Sus soldados vuelan los hornos crematorios y asesinan a unos setecientos reclusos. Pero temen más a los soviéticos que a sus jefes. Casi ocho mil prisioneros sobreviven en los distintos campos del complejo, abandonados a su suerte durante días.
El 27, soldados soviéticos cruzan la puerta principal de Auschwitz. Solo los que saben alemán pueden advertir el cinismo de la frase de hierro que, a modo de arco, decora la entrada principal: “Arbeit macht frei”, “el trabajo libera”.